«Soy una humilde mujer argelina, y he venido aquí a luchar»
Hassiba Boulmerka nació el 10 de julio de 1968 en la ciudad argelina de Constantina. Pronto comenzó a mostrar unas dotes fuera de lo común para el atletismo, lo que, unico a un profundo amor por el deporte le llevaban, ya en 1988, con apenas 20 años, a proclamarse campeona de África de 800m, acudiendo a la postre a los Juegos Olímpicos de Seúl, pero sin conseguir sortear la primera eliminatoria. Al año siguiente, en 1989, se vuelve proclamar campeona continental, esta vez de la que pasaría a ser su prueba predilecta, los 1.500m, en la que competiría a partir de ese momento de forma regular.
En 1991 llega, tras varias temporadas de crecimiento deportivo, su consagración atlética a nivel mundial. Conseguía alzarse con el triunfo en los Campeonatos del Mundo de Tokio. En ese momento, se trataba de la primera mujer africana en convertirse en campeona mundial de atletismo. Su reto, los Juegos Olímpicos que se iban a celebrar el verano siguiente en Barcelona. Y allí llegó, con la segunda mejor marca mundial del año, y como favorita en casi todas las quinielas, en base a una extraordinaria dualidad: por un lado, su facilidad para los ritmos rápidos, y por otro, su espectacular cambio final en carreras lentas.
Hasta aquí, realizando un brevísimo paréntesis en el historial puramente deportivo de Boulmerka, su trayectoria se veía marcada por el creciente éxito atlético. Sin embargo, teóricamente ajeno a ello, se acrecentaba un problema que iba a convertirse en muy poco tiempo en absoluta amargura reivindicación, otrora factor determinante de esta historia.
Sobre todo a partir de su victoria en Tokio, y a pesar de ser recibida por las autoridades como una estrella, prácticamente con honores de Estado, el imperante fundamentalismo islámico existente en Argelia comenzó a fijar sus ojos en una mujer que competía en pruebas internacionales en pantalón corto, en camiseta de tirantes, que mostraba mucho más de su cuerpo de lo que su religión y su creencia debía teóricamente permitirle, y que cometía constantemente la osadía de no utilizar velo en los actos públicos a los que acudía. Boulmerka se había convertido por todo ello, y por defender el derecho de las mujeres en el mundo islámico a ser tratadas con igualdad y respeto, en la enemiga número uno del Islam, según palabras textuales del propio Imán de su ciudad. «Al vencer, pensé que había justicia divina, que era una apuesta de Dios, que ganaba a los enemigos de la vida». Era acusaba de desafiar los valores de su religión y de chocar frontalmente con los preceptos del fundamentalismo más radical. Los entrenamientos para preparar el Mundial de Tokio se convirtieron en un problema de grave enfoque, puesto que Boulmerka tenía que desplazarse y trabajar constantemente con escolta, debido a las insistentes amenazas provenientes de los grupos más radicales del fundamentalismo argelino, especialmente a través del llamado Grupo Islámico Armado Argelino. A partir de ese momento, solicita un visado permanente para poder residir en Francia largas temporadas, y así poder desplazarse a competir y a cumplir con sus diversos compromisos con una mayor comodidad y seguridad.
Llegada Barcelona ’92, la polémica con Boulmerka alcanza su máximo apogeo. Sabida de su potencial y de su gran estado, no iba a desaprovechar su oportunidad para sellar eternamente su nombre en la historia, y para poner en vilo su reivindicación. especial atención a la rabia con la que Boulmerka celebra su victoria, señalándose repetidamente el nombre de su país, marcado en su camiseta.
En un 1.500m magnífico, con un ataque final demoledor a falta de trescientos metros para la meta, Boulmerka conseguía, con inteligencia, sorprender a su rival, la rusa («Equipo Unificado» en aquellos Juegos) Lyudmila Rogacheva. Una marca de 3:55.30, que suponía mejor marca mundial del año y quinta de todos los tiempos, plusmarca personal para Boulmerka, primera medalla de oro lograda por Argelia en unos Juegos Olímpicos y, tras la marroquí Nawal El Moutawakel, segundo oro logrado por una atleta musulmana.
A partir de ese momento, pese al tremendo éxito personal y deportivo que supuso su victoria olímpica, la carrera de Boulmerka pasó por un pequeño bache de resultados, achacándose su falta de consistencia en el ámbito internacional al estrés permanente causado por sus terribles problemas con los grupos activistas islámicos de su país. A pesar de esa tremenda presión a la que estaba sometida constantemente, conseguía alzarse con el bronce en los Campeonatos del Mundo de Stuttgart ’93. Y aún tendría tiempo para volver a proclamarse Campeona del Mundo. En los Mundiales de Göteborg (Suecia) en 1995, Boulmerka tuvo que ser trasladada desde la villa en la que eran alojados los atletas participantes en el evento hasta un hotel, escoltada por agentes de policía enviados por el Gobierno de su país, vestidos con la ropa de entrenamiento del equipo argelino, debido a las constantes amenazas del ya mencionado Grupo Islámico Armado Argelino. A pesar de la inmensa presión, demostró una vez más su clase, su entereza y su fuerza haciéndose con el oro en aquel Campeonato. Culminaba ese año de luces (en lo deportivo) y sombras (en lo social y fundamentalmente en lo personal) con el reconocimiento merecido del Premio Príncipe de Asturias de los Deportes, por «ser representante de un país y de un mundo en el que las facilidades para la práctica del deporte no son las más favorables para las mujeres».
Ya en los Juegos Olímpicos de Atlanta, en 1996, mostraba indicios de su declive deportivo, no consiguiendo superar las semifinales, y tras renunciar a disputar los Mundiales de Atenas ’97, anunciaba su retirada del atletismo profesional.
A día de hoy, y pese a que su vida ha seguido y sigue estando en constante peligro por su lucha sin cuartel en pro de la igualdad de derechos de las mujeres en su país y en todo el mundo islámico, Boulmerka dirige una empresa de productos farmacéuticos, forma parte del Comité Olímpico Internacional, y se dedica en cuerpo y alma a diversos proyectos enfocados en fomentar la práctica del deporte entre las mujeres, tanto en su país, como en el mundo islámico en general.
Pese a que su carrera deportiva fue un éxito casi constante, no se puede obviar su papel como embajadora de la liberación y de la igualdad femeninas, mostrando una valentía, un coraje y un arrojo dignos de ser elevados a los altares del deporte mundial. La historia ha guardado, por ello, su hueco para esta extraordinaria atleta y extraordinaria mujer. «Conocí el terror. Pero gracias al deporte cambié las cosas». Y millones de mujeres en todo el mundo le dan gracias aún por ello.