La historia de los Juegos Olímpicos ha encumbrado a unos, ha hundido a otros, y ha resultado el resorte perfecto para la reivindicación de algunos de los mejores deportistas de la historia.
Nacido en Berkane, el 14 de septiembre de 1974, Hicham El Guerrouj se convirtió, por absoluto mérito propio, en un auténtico icono del mediofondo mundial. Su palmarés alberga cuatro oros en Campeonatos Mundiales (consecutivos además, Atenas ’97, Sevilla ’99, Edmonton ’01 y París ’03), amén de otras dos platas (Göteborg ’95 en 1.500m y París ’03 en 5.000m), e infinidad de carreras para la leyenda. Actualmente, sigue conservando intactos sus récords mundiales de 1.500m (3:26.00), 2.000m (4:44.79) y la milla (3:43.13). Tras el dominio de su compatriota Saïd Aouita y la ‘armada británica’ (liderada fundamentalmente por Coe, Ovett y Cram) en el mediofondo y fondo de la década de los ochenta, el argelino Noureddine Morceli se encargaba de dar un puñetazo tras otro en la mesa, comandando la imagen del cambio generacional. Sin embargo, Morceli caía con estrépito en la final de 1.500m de los Juegos de Barcelona, con un pobre séptimo lugar, tras una carrera lenta y táctica, donde el portentoso final de Fermín Cacho ganaba la partida a todos. Decepcionado, Morceli se prometía a sí mismo volver a lo grande en una cita olímpica, y no cerrar el círculo de su carrera sin un oro en unos Juegos.
A mediados de aquellos noventa, El Guerrouj comenzaba a mostrar evidencias de que su carrera atlética tomaría un cariz exponencialmente ascendente. Es a partir de su oro en el Campeonato Mundial en pista cubierta de Barcelona en 1995 cuando el marroquí se postula como clara amenaza para los primeros espadas del mediofondo mundial. En una prueba superpoblada de talentos, El Guerrouj muestra un ansia y una calidad estrepitosas. Llega a los Juegos Olímpicos de 1996, celebrados en Atlanta, como uno de los favoritos. El sempiterno Cacho figura en todas las quinielas, especialmente si la carrera es táctica, por su inteligencia, su competitividad y su saber hacer en situaciones de complejidad, mostrando siempre un final mortífero. Y Morceli… es Morceli: recórdman mundial (3:27.37 en ese momento, conseguidos en Niza el 12 de julio de 1995), brillante rival en el cuerpo a cuerpo, y en especial, herido en su orgullo por su insignificancia en Barcelona cuatro años antes. Se encuentra en el mejor momento de su vida. Sin embargo, es El Guerrouj el que ha anodadado al panorama atlético con la mejor marca mundial de la temporada hasta ese momento. Tal era la situación, que muchos expertos le atribuían de base un claro favoritismo.
Tras las primeras series, el grupo de elegidos dominaba sin problemas. No cabía lugar para la sorpresa. Al igual que las semifinales, con Morceli y Cacho con comodidad en la primera, y El Guerrouj venciendo fácil en la segunda. En la final, disputada el 3 de agosto de 1996, nombres ilustres: el espigado y veterano somalí Abdi Bile, el pelirrojo británico John Mayock, el neerlandés Marko Koers, y la legión keniana, con tres serias amenazas en las figuras de Laban Rotich, William Tanui y Stephen Kipkorir.
El Guerrouj mostraba su extrema concentración con sus habituales rezos precedentes, imagen icónica, manos al rostro. Era perfectamente consciente de que se encontraba ante su primera gran oportunidad, con apenas veintiún años, de comenzar a maravillar al mundo. Un mundo que ya confiaba, por otra parte, en vislumbrar temprano aquella maravilla. Cacho se situaba al lado de Morceli ya desde la salida, sabedor implacable de la imperiosa necesidad de no perderlo de vista ni un instante. Y el argelino, concentrado más de lo imaginable, visualizaba su carrera perfecta, desterrando al baúl más oscuro de sus pensamientos lo que ocurría en Montjuïch cuatro años antes.
Al disparo, la armada keniana se lanzaba a por la cabeza, consciente de sus posibilidades, como bloque, con todo el afán de controlar la carrera. A ritmo intermedio, Bile, desde su corpulencia, comienza a posicionarse, y Cacho procura que no se le escape la cabeza, para no ceder un sólo metro a Morceli. A falta de quinientos metros, el argelino comanda, con Cacho pisándole los talones, y con El Guerrouj atento a cualquier movimiento. La llegada a la penúltima recta de meta se produce, en trío, al unísono, con casi cualquier posibilidad abierta de par en par.
Lo que a partir de aquí ocurre marcará buena parte del destino de Hicham como atleta. El marroquí acelera, procurando mostrar a Morceli que está ahí, que no debe olvidarse de él. Y el argelino, astuto perro viejo, mantiene sin inmutarse la cuerda. En un movimiento que se ha llegado a tildar con los años de poco menos que de sospechoso, el pie derecho de Morceli, realizando un escorzo ligeramente inhabitual, quizá por notar un contacto postrero, se engancha con la pierna izquierda de El Guerrouj, que vuela de bruces contra el tartán. Milagrosamente, Cacho, que salta como puede, se libra del obstáculo que se le abalanza, testigo privilegiado de la escaramuza, Bile y Koers tienen que salir a la hierba para no empotrarse contra el magrebí, y el joven Hicham tras varias volteretas recupera dignamente la vertical, sabiendo que las medallas no son ya posibles, salvo milagro.
Morceli, inteligente como pocos, no pierde el tiempo, y desde el preciso momento en el que sabe, intuye o ve la caída de El Guerrouj, cambia el ritmo súbitamente. Cacho, aún en ‘shock’ por lo acontecido, no puede permitirse relajo, e intenta por todos los medios seguirlo, todo ello en cuestión de segundos, a falta de cuatrocientos metros. El pelotón se estira, y pese a que en determinados momentos parece que el ataque de Morceli se pudo tornar tempranero, Cacho no es capaz de atraparlo, y el argelino se convierte en campeón olímpico con una marca de 3:35.78. Será su última gran actuación.
Pese a la brillantez de los tres medallistas (Morceli, Cacho y Kipkorir), la imagen de esta carrera se resume en un Hicham El Guerrouj herido profundamente en su orgullo, cruzando la línea de meta en última posición, y que se derrumbaba literalmente, bañado en lágrimas. Su primera oportunidad de ser campeón olímpico se perdía en la inmensidad, se iba al limbo. Sin embargo, y de manera paradójica, aquí comenzaría de verdad su magnífico reinado, tornado con los años en tiranía casi absolutista.
Muchas han sido las hipótesis tras aquella final. ¿Qué pudo ocurrir si El Guerrouj no hubiera caído?. Analizándolo ahora, es un hecho que, con un ritmo intermedio, o quizá más lento, El Guerrouj se posicionaba a falta de una vuelta a la par de Morceli, mostrándose con relativa facilidad en el momento decisivo. El argelino siempre fue un durísimo rival en competiciones rápidas, a ritmos muy elevados, pero perdía cierto fuelle en carreras lentas. El Guerrouj, con un brillante último cambio, demostró a posteriori, durante muchos años y en multitud de ocasiones, su plena capacidad para desenvolverse como pez en el agua en ambas situaciones. Nunca sabremos lo que pudo haber ocurrido, y evidentemente, siendo sencillo, rozando el oportunismo, decir esto a día de hoy, es muy posible que, en un final a tres, El Guerrouj hubiese podido romper la carrera, escapándose hacia su primer gran triunfo internacional. Al enfilar las primeras posiciones (al igual que en las series previas) destilaba una fuerza y un control de la situación envidiables. En la lucha por la segunda posición, Cacho, con mucho mejor final, pudo haber rebasado a Morceli en un final apretadísimo, tercero a la postre. En esto ya aparecen las dudas. Todo ello conjeturas, hipótesis, posibilidades. Simples elucubraciones, nada más.
La realidad fue bien distinta al imaginario colectivo posterior. Morceli se convirtió en campeón olímpico, triunfo con ahínco buscado tras su decepción en Barcelona. Y El Guerrouj comenzó a erigir su particular dinastía, sin olvidar nunca, y teniendo siempre como asunto pendiente, aquella final. El resto es historia. O más que historia, leyenda.