En 1986, el toledano José Luis González atravesaba por uno de los mejores momentos (si no el mejor) de lo que fuera su dilatada carrera deportiva, recién proclamado Campeón de Europa de 1.500m en pista cubierta en Atenas el año anterior, y cosechando una brillante plata en el Campeonato Mundial en pista cubierta de París, tras el australiano Mike Hillardt. Tras completar un magnífico invierno, González asistía como espectador de lujo e invitado ilustre a la batalla de aquel verano, donde el británico Steve Cram se convertía en el primer hombre en rebajar la psicológica barrera de los 3 minutos y 30 segundos, manteniendo durante toda la temporada estival una encarnizada y bellísima lucha con el marroquí Saïd Aouita. González finalizaría tercero en Niza, consiguiendo el récord de España, y el 3:30.92 que fuera, a la postre, la mejor marca de su vida.
Ya en ese 1986, las cosas comenzaban con el mejor pie posible, ya que González volvía a proclamarse campeón de Europa en pista cubierta, esta vez ante su público, en Madrid. José Luis Carreira completaba la excelente actuación española con su segundo puesto.
Para aprovechar su excelso momento de forma, González decidía intentar el asalto a una marca que, de alcanzar, le catapultaría, por fin, de cara al intento de consecución de medalla en unos Campeonatos de Europa al aire libre, cometido que, hasta ese momento, le había resultado imposible (y que culminaría en Roma al año siguiente). Finalmente, en Stuttgart ’86 era batido por los británicos Cram y Coe, y por el holandés Kulker, a quien curiosamente González y Carreira ya habían vencido en el mencionado Europeo Indoor de Madrid.
El sábado 1 de marzo resultó la fecha fijada para el ataque al récord de los 1.500m en pista cubierta. González reunía a los atletas más capaces de su equipo, el mítico Larios (actualmente, Asociación Atlética Moratalaz), confiando en dos de los atletas más en forma del momento para que le ayudaran a cosechar el que podía ser el tercer récord mundial que conseguía un atleta español, tras los de Josep Marín (30 kms marcha, y 2 horas marcha), y Colomán Trabado (600m indoor).
José Alonso Valero y el propio Colomán Trabado serían los encargados de guiar a González en la pista del Palacio de los Deportes de Oviedo, en busca del récord mundial, ostentado hasta ese momento por el irlandés Eamon Coghlan (3:35.6, aún con cronometraje manual). Alonso Valero venía de ser bronce y plata, respectivamente, en los Europeos de Atenas ’85 y Madrid ’86 (en 400m; y durante muchos años plusmarquista nacional de 400m vallas), y Trabado fue plata en Madrid ’86 en los 800m. La carrera se organizó de tal forma que el presupuesto (un millón y medio de pesetas de la época) no se tuviera que invertir en atletas foráneos, sino que se buscó que el intento de González fuera la única prueba de nivel disputada. Participarían en la carrera también el anteriormente mencionado José Luis Carreira, y el años más tarde doble campeón mundial de maratón, Abel Antón.
La empresa era complicada, pero no imposible. El propio González ya lo había dejado caer: «es una marca cara de rebajar. Si la tiene Coghlan, y no Aouita, Coe o Cram es porque dudan de conseguirlo. La pista cubierta tiene unas características muy especiales, y cualquiera, por bueno que sea, no vale para correr bajo techo».
La carrera se programó escrupulosamente: cada paso intermedio estaba más que ideado. Alonso Valero sería la primera ‘liebre’, hasta los seiscientos metros, y Trabado se iba a encargar de llevar a González hasta los mil cien metros, donde el de Villaluenga de la Sagra buscaría el último esfuerzo en solitario para hacerse con el récord.
A las 18:20h de aquel sábado 1 de marzo, el Palacio de los Deportes de Oviedo, abarrotado por 5.000 almas (que, como curiosidad, pagaron cien pesetas de entrada), debía convertirse en una auténtica caldera, y así iba a ser. Los aledaños del recinto, quedaron repletos de espectadores que se quedaron sin sitio, teniendo que correr raudos a sus casas para contemplar la hazaña por Televisión Española, que cubría el evento como la ocasión lo merecía, apostando por una de las tan añoradas retransmisiones en riguroso directo, conducida por el siempre controvertido y recordado Gregorio Parra, voz del atletismo en España durante más de treinta años.
Con unos minutos de retraso sobre el horario que había previsto la organización del evento, se dio la salida, y un público entregado jaleaba a los cinco atletas, en fila. Alonso Valero, en cabeza, buscaba un paso en 1:25.0 por los primeros seiscientos metros. Trabado y González detrás, con Carreira y Antón cerrando la comitiva. El retraso de algo más de dos segundos (1:27.82) sobre lo previsto propició que un entregado Colomán Trabado, avisado ya de que el ritmo era lento, tuviera que acrecentar el ritmo. Según las previsiones, el paso por el kilómetro debía ser en 2:23.0. Trabado conseguía rebajar en un segundo el retraso sufrido en la primera parte de carrera, pasando el kilómetro en 2:24.33. No era suficiente. Se abría a la calle dos el leonés, y a partir de ahí, la responsabilidad recaía totalmente en González, quien, en un último tercio de carrera espectacular, devoró los últimos quinientos metros en 1:11, en una demostración de fuerza, vigor y coraje pocas veces vista.
Tras instantes de desconcierto (acrecentados televisivamente por el caos generado por Gregorio Parra en la retransmisión), el juez Antolín García anunciaba un par de minutos después por megafonía que la marca conseguida por González había sido, cronometrada manualmente, de 3:35.8, es decir, dos décimas más lento que la plusmarca mundial. Decepción entre el público, previa a la ovación cerrada reconociendo el esfuerzo titánico de los atletas, y tristeza contenida en González, que confesó estar convencido de haberlo conseguido al cruzar la línea de meta. «Me iba comiendo las curvas de lo rápido que iba», dijo. El resultado oficial de la prueba se hizo esperar, y el cronometraje electrónico definitivo marcaba finalmente 3:36.04.
González se mostraba frío al término de la carrera, y disculpaba la labor de su compañero «Pepillo» Alonso Valero. «El tiempo de paso era sólo una referencia. Daba igual un segundo arriba o un segundo abajo», exculpando al tarraconense. Tal fue el calado de la carrera, a pesar de que no se consiguiera el récord, que González (3:36.04), Carreira (3:38.77) y Antón (3:39.68) se encaraban a las tres primeras plazas del ránking mundial en pista cubierta de aquella temporada de 1986.
Sin embargo, la historia iba a tener final feliz. Tardío, pero feliz.
Un año más tarde de aquella hazaña, la Federación Internacional de Atletismo se pronunciaba sobre el asunto, y era meridianamente clara: la marca de Coghlan no había sido nunca homologada, puesto que se consiguió durante la disputa de una milla (1.609,344 metros), y no existía ningún registro documental que acreditara la plusmarca de forma fehaciente y fidedigna. Por tanto, y revisando el cronometraje del intento de González en Oviedo, la marca se convertía en récord mundial. 3 minutos, 36 segundos y 30 centésimas (por alguna razón que incluso a día de hoy se desconoce, se había añadido una centésima más al tiempo oficial, siendo corregido posteriormente, con lo que el registro se aposentaría en un definitivo 3:36.03).
González se convertía, por tanto, en el undécimo recórdman mundial de los 1.500m en pista cubierta, el primero oficialmente reconocido por la IAAF.
Esta es la inolvidable carrera (vídeo de Juan Carlos Hernández, @ColectivoDMSR en Twitter):