Pastor de cuerpos y almas
El retrato más preciso de uno mismo no es el que devuelve el espejo sino el que se refleja en los ojos de los demás. Esos que lo están llorando tanto. No se tasa una existencia en las palabras propias de la autobiografía, sino en las palabras ajenas. En las que hoy lo elogian y en las que la tristeza atraganta, callándolas. No se erige en coloso Virgilio González Barbeitos por sus récords, no sólo al menos aunque los hubiese coleccionado gloriosos, sino en los que otros han logrado gracias a su tutela. Y más allá del crono, detenido para él al borde de los 83 años, trasciende Virgilio como pastor de cuerpos y almas. Durante décadas, en Madrid y en Vigo, sembró vocaciones y reparó dolores. Cuentan que le gustaba pasar desapercibido. Desprendía demasiada luz como para lograrlo.
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