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«Reloj, no marques las horas…» (Preludio del Berlin Marathon)

«Reloj, no marques las horas
porque voy a enloquecer
ella se irá para siempre
cuando amanezca otra vez».

Resulta paradójica a la vez que complicada aquella situación en la que, a priori, el récord del mundo de maratón ya se ha batido antes de que el reloj eche a andar inexorablemente tras el disparo. En no pocas ocasiones, en el último lustro, hemos pre-visualizado infinidad de momentos en los que se avenía la casi siempre mal llamada «Carrera del Siglo». Sin ir más lejos, en Londres son auténticos expertos en escabechinas de rocambolescos resultados y niveles. Sin embargo, esta cuadragésimo cuarta edición del Berlin Marathon destila un sabor diferente. Un halo especial. Quizá, la madre de todas las batallas (hasta el momento), a pesar de todo lo vivido anteriormente, que no ha sido poco, por otra parte. La solidez organizativa de Berlín no suele pavonearse ante el mundo si no es con rigor y sobriedad. Siempre al mejor postor. Siempre con acierto. Y casi siempre, logrando el objetivo final. Sólo ha habido dos años (2009 y 2010), desde el ya lejano 2006, en el que la urbe germana no ha encabezado la lista mundial de registros masculinos en maratón al finalizar el año. Durante ese tiempo ha asistido a cuatro plusmarcas planetarias (antes, otras dos masculinas y otras tres femeninas). Y eso no es más que la consecuencia de un producto bien trabajado, sólido y sin apenas fisuras.

Bien es cierto que ha variado ligeramente Berlín en los últimos tiempos su hoja de ruta habitual. Un modus operandi que ha ido, año tras año, convirtiendo este maratón en el mejor del mundo en muchos aspectos (vigente récord del mundo, única marca sub 2h03 de la historia, once de los veinte mejores registros de siempre, mejor marca mundial del año ininterrumpida desde 2011, los seis últimos récords del mundo masculinos -diez en total-, siete marcas sub 2h04, mejor maratón de la historia por promedio de los diez mejores registros…). La lista de logros es interminable. No obstante, no hay que obviar el ligero cambio de rumbo en el timón. De una pareja de combatientes sólida, con uno de ellos ligeramente aventajado en prestaciones (recordemos los años de Makau vs G. Mutai, Kipsang vs Kipchoge, Kimetto vs E. Mutai…), y un par de segundos espadas, en apuesta clara y total por dos únicas posibilidades de récord mundial (una más que la otra), la organización ha buscado una vuelta de tuerca evidente para esta edición. No es la primera ocasión en la que tres atletas sobresalen con tanta claridad en el marco teórico, pero sí que es cierto que, quizá, esta es la vez en la que esos tres contendientes presentan semejante nivel de empaque. Tanto por ellos mismos, como por todo lo que rodea a la situación y al momento. Y es que no siempre se tiene la oportunidad de contar en el mismo cuadrilátero con dos de los mejores maratonianos de la historia –Kipchoge y Kipsang-, cuyos logros en el asfalto cuesta desgranar por cantidad y calidad, de la mano de una leyenda de la pista –Bekele-, quizá el mejor fondista de siempre (pista, campo a través, récords del mundo…) cuyos méritos en el asfalto comenzaron a sobresalir, ya con absoluto descaro, tras su maravillosa cabalgada de 2016 en este mismo escenario. No era casualidad ni extrañaba totalmente su presencia, conociendo que podía convertirse en el único de los tres en doblar victoria en suelo berlinés, y en vista de que no participó ni en los Juegos de Río ni en el Mundial de Londres, pese a amagos serios. Ante esta oportunidad que se presentaba en el horizonte (quizá la última para Bekele de batir el récord mundial) Berlín optó por subirse al carro de Londres (sin tanta pirotecnia), y aunar lo mejor disponible en una misma competencia, con el objetivo claro de reventar la plusmarca de un Kimetto que, dicho sea de paso, ha quedado relegado a un plano más que secundario tras hacer saltar la banca de los 123 minutos hace ahora tres años, y que pese a ostentar la única marca sub 2h03 que se ha conseguido sobre los 42.195m en condiciones reales, ha desaparecido, especialmente, de la regularidad. Misterios sin resolver. O «la hipotética maldición del récord del mundo». Quién sabe. Dicho esto, el examen individual depara diferentes aristas que podrían compensar la previa incertidumbre sobre las posibilidades de cara al domingo próximo.

Eliud Kipchoge se convirtió en Monza, con la extraña mascarada de nombre ‘Breaking2’ (para mayor gloria de la vacilante, en ocasiones, multinacional Nike) en el hombre más rápido de la historia en recorrer los 42 kilómetros y 195 metros (2h00:25). Es una paradoja observar que la única ocasión en la que su exclusivo rival era solamente una barrera cronométrica ha sido, hasta el momento, la actuación de mayor empeño, sufrimiento y agonía que el mago Kipchoge ha tenido que soportar en sus nueve incursiones maratonianas. De las ocho «válidas» restantes (a efectos IAAF; siete comerciales mas el oro olímpico), sólo una no le deparó el primer escalón del podio, y fue precisamente su primer gran envite de entidad, cayendo ante Wilson Kipsang en Berlín ’13, el día en el que el bronce olímpico en Londres ’12 se adueñó del récord mundial que poseía Makau (quien, por cierto, estará también presente el domingo, tras haber encadenado una trayectoria profundamente irregular tras su estratosférico 2h03:38 de 2011). De siete maratones comerciales disputados, siete sub 2h06 y  cinco sub 2h05. Cuenta Kipchoge, por tanto, con seis victorias consecutivas, y ya conoce el brillo del asfalto berlinés cuando se cruza la Puerta de Brandeburgo en primer lugar, puesto que, aparte de la mencionada segunda plaza de 2013, venció en 2015 (con 2h04:00), en la recordadísima peripecia de las plantillas por fuera de las zapatillas desde poco antes del primer kilómetro. Quizá, el día de su absoluta confirmación como estrella totalmente rutilante del maratón, tras su victoria aquel mismo abril en 2h04:42, apenas cinco meses antes, en un brillante London Marathon (imbatible ante Kipsang y Kimetto en una carrera de ritmo suicida -como suele ser tristemente habitual en los últimos tiempos, por otra parte- y resultado relativamente previsible). No nos engañemos en pensar que las fuerzas pueden estar equilibradas. Si existe igualdad de condiciones, y Kipchoge repiquetea a su antojo habitual, no quepa duda de que es el favorito. ¿Por qué? Porque resiste excepcionalmente bien cualquier contingencia, porque es capaz de soportar ritmos imposibles, porque consigue dominar cuando se hace necesario un ataque largo, e incluso porque puede permitirse el lujo de confiar sus balas a un ataque tardío, puesto que ha demostrado sobradamente su rapidez final. Si tienen que apostar dinero, quizá aquí tengan la respuesta a sus preguntas.

No es baladí pensar que un hipotético ‘viejo rockero’ como Wilson Kipsang Kiprotich esté agotando sin pausa pero sin prisa sus últimos cartuchos en una prueba que dominó desde su esbelto y exuberante trono durante casi un lustro. Sin embargo, fuentes de absoluta fiabilidad hablan de un estado de forma maravilloso de un atleta que ha conseguido la friolera de nueve victorias en diecisiete maratones comenzados, cuatro registros sub 2h04 y ocho sub 2h05. En lo que a este tipo de números se refiere, con aplomo el mejor maratoniano de la historia. A pesar de su descenso de prestaciones en la última parte de 2015 y primera de 2016, renacía en la pasada edición, con una exhibición muy en su línea, emocionante y digna de recordar, descolgando a un cariacontecido Bekele a falta de menos de un tercio de carrera. Se recuperaría, sin embargo, el etíope, para asestar a Wilson un golpe que supuso una de las más bellas estampas del maratón en los últimos tiempos, y pese a la cual Kipsang finalizaría en un bárbaro 2h03:13, que suponían su mejor marca de siempre. La confirmación del resurgimiento del keniano, el estratosférico 2h03:58 de Tokio ’17 el pasado febrero, en un circuito más duro de lo que se cuenta, y con una suficiencia brutal. Nadie había corrido nunca por debajo de 2h05:40 en la capital del Japón. Háganse a la idea si son capaces. Ha ganado cinco ‘Majors’, viene de una de sus mejores actuaciones de siempre, y un factor que podría llegar a tenerse en cuenta: es el que más tiempo de descanso ha tenido desde su último envite maratoniano (febrero; Bekele compitió en Londres en abril, y Kipchoge corrió en Monza en mayo). A ritmos altos, si llega bien (como parece) aguantará, salvo incidencia. Tiene toda la experiencia del mundo. Sabe lidiar con situaciones de semejante entidad. Su único debe, un hipotético final ajustado, porque no es secreto que resultaría el más lento de los tres favoritos. También a su favor, que quizá sea quien más descargado de presión llega a la batalla. Kipchoge, por su statu quo actual, y Bekele por ser Bekele, se enfrentan a otro grado de revisión pública.

Hablando del etíope, no puede decirse que fuera Berlín ’16 una experiencia del todo agradable para Kenenisa Bekele, muy a pesar de lo que pudiera parecer en un principio. No, al menos, a juzgar por la relativa amargura -rabia, quizás- que se extrajo de sus gestos en meta (2h03:03). Se quedó a apenas siete segundos de superar un récord del mundo que, muy posiblemente, lo hubiera enmarcado para siempre como el fondista total, el mejor de la historia, sin dudas (dudas que sí pueden existir ahora, por encontrarse en esta situación; nos inclinamos, de todas formas, por la tesis de la extrema dificultad ante una comparativa que siempre resulta odiosa, incómoda, poco objetiva e irreal). A pesar de sus sensaciones, su sublime actuación no puede sino tratarse como lo que en realidad fue: una maravilla digna de ser reproducida en bucle hasta la saciedad. No pudo ser en Londres (2h05:57), donde se quejó amargamente de las zapatillas, tras ser derrotado por un joven y semi-desconocido de escaso bagaje, Daniel Wanjiru. Él mismo citó tras Berlín la losa de una preparación irregular, y de un estado no del todo óptimo. Quién sabe lo que podría conseguir Bekele si es que llegara a esta edición con las baterías cargadas al cien por cien, y el chasis recién encerado. Su currículum maratoniano es el más exiguo de los tres principales, no cabe duda. Su debut en París (2h05:04), una absoluta y esperanzadora maravilla. Pero los fantasmas de los problemas físicos han sido una constante en un atleta que quiso ser aún más grande, y demostró un orgullo de campeón y una valentía dando el salto a la ruta que pocas veces ha contemplado la historia del atletismo. En un final apretado, su lucha debería ser con Eliud. No es descabellado pensar que incluso pueda ser más rápido que su rival keniano (muy rápido per se). Dependerá de la capacidad que ambos tengan para gestionar el esfuerzo de los kilómetros previos, de cómo resulte de regular el tránsito hasta ese momento, de las posibilidades de que cualquier incidencia se cebe con alguno de los dos… las cábalas son infinitas, claro. Sería el sueño dorado del iniciado, por otra parte. La situación que todo aficionado quisiera contemplar: un Bekele pletórico plantando cara a un Kipchoge reinante. Una lucha a muerte sin cuartel. Un orgasmo incontrolado.

Ahora bien, no todo pasa por la capacidad de los contendientes, ni por su estadística, ni por su trayectoria previa. Berlín incide, año a año desde hace ya muchos, en un aspecto que, a estos niveles, se convierte en una apisonadora de razones para que este maratón se haya afianzado en lo que es hoy. La respuesta, en las ‘liebres’. Ningún maratón, hasta el momento, ha mostrado tal regularidad y tal saber hacer sobre un aspecto tan fundamental para que una carrera culmine en la pretensión que se ansía. Londres, por mencionar el ejemplo más próximo en cuanto a capacidades, juega a montar el mayor escenario circense posible, con el objetivo de acaparar todos los flashes mediáticos desde el punto de vista de ofrecer al mundo la reunión más amplia de talento, cuantitativamente hablando, que el presupuesto vigente pueda permitir. El plan pasa por reunir un entramado tan denso de atletas de tan elevado nivel no ya general sino individual, que, en el momento en el que las ‘liebres’ no consiguen rubricar su trabajo en el primer grupo (nada complicado, dado el desconcierto que suele reinar en lo que a ritmos se refiere, buscando siempre la mayor barbaridad que quepa en cualquier cabeza) el grupo o bien se descompone, o bien elimina automáticamente de manera subliminal cualquier posibilidad de continuar sin escuderos al mismo ritmo por aquello de los galones («no voy a ser yo quien tire para que luego tú batas el récord del mundo»). Al margen, no resulta lo mismo competir con la protección cronométrica e incluso física que aseguran los pacemakers de turno, que al desnudo. La cosa cambia sustancialmente a niveles en los que un par de segundos por kilómetro en un parcial de cinco pueden dar al traste con una carrera completa.

El planteamiento, desde esta posición, asegura un posible nuevo éxito este año, escrutando la materia prima con la que se cuenta. El grupo de ‘liebres’ es, sencillamente, exquisito. Lo comanda el sensacional Sammy Kitwara (2h04:28, decimoquinto all-time), un fondista de relieve por méritos propios, al que amparan cuatro sub 2h06 durante su trayectoria. Estará acompañado, nada más y nada menos, que de Gideon Kipketer (2h05:51), sexto en el pasado Campeonato del Mundo de Londres, y de Geoffrey Ronoh (2h09:29), ex guardabosques, hombre de confianza de Kipsang, y uno de los artífices del fenomenal resultado del pasado año. Un atleta que, si bien no ha conseguido cuajar en la distancia en solitario, se ha convertido por su excepcional saber hacer en una de las mejores ‘liebres’ del mundo. Jakob Kendagor (2h07:33) y Josphat Kiplimo Keiyo (2h08:41) completan el quinteto principal de pacemakers. Pese a aparecer en listas principales, se ha comentado además en las últimas horas la posibilidad de que Vincent Kipruto (2h05:13, subcampeón mundial en 2011, y ganador en París, Lake Biwa, Fráncfort y Xiamen) se una al grupo. Cuando se escriben estas líneas, aún desconocemos el dato con exactitud.

El devenir de la carrera podría transitar en dos posibles planos: el primero, aquel en el que el ritmo se despendola desde los primeros parciales, y la lucha se convierte en un ‘sálvese quien pueda’ de manual (pasos quizá inferiores a 1h01 por el medio maratón); el segundo, uno en el que el ritmo se controla en mayor medida hasta el kilómetro 30 (hasta donde deberían aguantar las ‘liebres’ de manera constante y regular), y comienza a avanzar en progresión a medida que avanzan los parciales. No olvidemos que el récord de Kimetto se fraguó, fundamentalmente, en un parcial excelso del 30 al 35 (14:09). En la primera tesitura mencionada puede ocurrir cualquier cosa, hasta el punto de que si alguien es inteligente y frío, y consigue mantenerse al margen de cualquier escabechina, planteando una carrera de menos a más podría dar la sorpresa. Resulta harto complicado, eso si, pensar en Felix KandieLuke Kibet, o los propios Patrick Makau o Vincent Kipruto, para este menester. Y en la segunda situación que se plantea es cuando la carrera podría brillar quizá con todo su esplendor (control -relativo- hasta el kilómetro 30 con ‘liebres’ aguantando; paso entre 1h01:10 y 1h01:30). Como siempre… puras conjeturas.

En conclusión, de esta manera el Berlin Marathon vuelve a coronar los últimos estertores de un siempre lánguido septiembre con un evento sin parangón, por multitud de razones. La sobriedad de las cosas bien hechas, la perfección de las ideas correctamente diseñadas, la consistencia sin florituras, sin aspavientos, sin histrionismos innecesarios. Así es Berlín, año tras año. Siempre resulta imposible prometer lo que no se puede prometer, pero en este caso hay razones y argumentos para visualizar un récord del mundo. Tampoco sería imprevisible que no se consiguiera. Y si así fuera, que nadie frunza el ceño con extrañeza. Será espectáculo, ténganlo por seguro.

En este último tramo de 2017, como cada año a las puertas de un nuevo otoño, Berlín nos regala la esencia más pura del maratón: tres hombres, tres nombres, tres leyendas. Cara a cara. Luchando por ser el mejor. Como dijo la canción, «reloj, no marques las horas, porque voy a enloquecer…». Y la respuesta a esa locura ignota que, hoy, nos devora en lo más profundo de nuestra curiosidad atlética, la tendremos ante nuestros ojos y ante nuestros razonamientos el próximo domingo, 24 de septiembre de 2017. Una vez más (pero esta más que otras)… no se lo pierdan.

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