Concluye un nuevo Campeonato del Mundo. El decimosexto. Y, como siempre, llega la hora de hacer balance, sin conclusiones precipitadas y sin recalentamientos derivados del exceso de emociones acumuladas. Con la representación más numerosa desde Sevilla ’99, la Selección Española se vuelve a casa sin medallas, situación que aún no se había dado en ninguna de las dieciséis ediciones disputadas desde Helsinki ’83. No se escapa a la realidad si se determina que las posibilidades eran remotas, salvo sorpresa o mejora súbita de prestaciones.
El bagaje, en ochenta y siete participaciones en este Campeonato (contando eliminatorias, semifinales, finales y pruebas individuales en el decatlón), es de ninguna medalla, cinco finalistas, un Récord de España, y once marcas personales logradas por diez atletas -Husillos en dos ocasiones-, mas dos añadidas en pruebas individuales de la combinada. La prestación individual, por contra, es, en su mayoría, positiva.
No será hoy cuando nos detengamos a hacer un balance prueba a prueba, ni un examen riguroso de la participación de cada uno de los cincuenta y seis integrantes de la Selección (cincuenta y cinco con participación efectiva). La mejora individual resulta meridianamente clara, pero en su colectivo, no deja de ser cierto que la prestación ha descendido un peldaño (aunque acrecentándose de manera troncal), tratando el asunto en su generalidad, vistos los resultados. Tampoco debe obviarse que siempre ha existido un porcentaje de participación por debajo de su óptimo rendimiento. Es lógico.
El espectador, soberano e inteligente en su inmensa mayoría, ha tenido el tiempo suficiente, a lo largo y ancho de los diez días de Campeonato, para visionar, entender, recapacitar y juzgar las actuaciones del combinado nacional de la manera más objetiva que ha tenido la oportunidad de desarrollar, o de la manera que mejor ha sabido o ha querido hacerlo. Bien es cierto que no sería justo dejar pasar la oportunidad de resaltar los logros de un atletismo español que afronta los últimos años de este primer cuarto de siglo desde una nueva perspectiva, con un cambio excelso en multitud de frentes, con un desarrollo en pruebas que no habían tenido en los últimos años la difusión, el trabajo o la materia prima suficientes, y sobre todo con un talante y una ilusión, inspiradas mayoritariamente en un espíritu rebosante de juventud y frescura, que invitan a un optimismo no desmedido, pero sí muy notorio. Partamos de esa base, que tanto tiende a olvidarse cuando se busca la más profunda reflexión.
Si lo que buscan es un examen deportivo puro, dejen de leer. Si lo que buscan es un artículo somero o que incida en lo superficial, dejen de leer. Si lo que desean es asistir a la alabanza sencilla y cristalina, dejen de leer.
Hoy, intentamos ir un poco más allá en determinadas situaciones que ha deparado la vida alrededor del atletismo durante los diez días que ha durado este decimosexto Campeonato del Mundo.
El primer aspecto mencionado y a mencionar es el criterio técnico (desarrollado en esta circular, modificada por esta otra) y las mínimas. Los criterios se establecen con una antelación más que prudencial. Es el atleta, por tanto, el que debe sopesar las posibilidades y entender la situación desde el mismo momento en el que las mínimas y los criterios son públicos y llegan a su poder y conocimiento. Las críticas a los criterios deben hacerse en el momento en el que se publican estos. En su contexto. No a posteriori, en el contexto del Campeonato, donde ya no pueden ser aplicadas. Ni qué decir sobre el error constante que se comete considerando las mínimas y los criterios como un último fin por parte del atleta. Debiendo ser considerados en su justa medida -es decir, como un paso previo y necesario, como una estación no de apeo, sino de descanso-, la valoración es equivocada de manera constante. El objetivo es y debe ser el Campeonato en cuestión, no la consecución de la marca mínima. La dureza de la misma, lo acertado o desacertado del criterio, o la conveniencia de unos u otros factores se convierten en fruto de la polémica, pero no en razonamiento crítico. Y siempre (o casi) a destiempo. Y ese es un problema sobre el que se debe reflexionar y que se debería poder atajar.
Al hilo, resulta casi una paradoja que no se exija un cierto refrendo en este asunto. Si bien es cierto que, por ejemplo, el sistema estadounidense (los denominados ‘Trials’) desvencija desde sus cimientos las diferentes pruebas, acotando las posibilidades y apoyándose en la más cruda selección natural para elegir a sus representantes, no es España un posible cuadro de aplicación para el sistema mencionado. Al menos, no en bruto. ¿Por qué? Por una simple razón: el fondo de armario no es tan eficiente, ni tan numeroso. Siempre podría aspirarse a aplicar un sistema mixto en el que se dibujara una mezcolanza entre la selección pura y los criterios subjetivos, apoyados en fundamentos reales, de los encargados de cada sector o del Comité Técnico. Esta situación, por otra parte, despierta la duda sobre la posible ausencia de atletas que representen un alto porcentaje cualitativo en su prueba (enfermedades, lesiones, malos días…).
No es el atletismo español, precisamente, una inagotable fuente de talento hoy día -entiéndase el apunte- como para descartar, por selección natural, a los adalides de cada materia. Sería cometer una frivolidad épica dejar en casa a atletas que lideran con fundamento su sector por encontrarse ese determinado día lesionados o enfermos, por sufrir problemas técnicos (sirva como ejemplo la caída de Kendra Harrison en los ‘Trials’ USA para Río, poco después de batir el récord del mundo), o por, simplemente, tener un mal día.
Si pensáramos en un refrendo de marcas, la discusión podría agrandarse, bien es cierto. Pero también lo es que la exigencia de un número mínimo de ocasiones en las que la mínima fuera superada acrecentaría la credibilidad y la objetividad de marcas conseguidas cuasi a última hora, muchas en circunstancias, al menos, discutibles, y sin haber mostrado, en el período anterior, una capacidad real de alcance o siquiera aproximación a dichas marcas. Discusión aparte, que no ocupará estas líneas, podría merecer la ausencia de participación general en competiciones exteriores (dada la escasez de competiciones de nivel que se disputan en España), que bien podrían ayudar al atleta a un adiestramiento que, en determinadas ocasiones, paliaría muchos debes y problemas relacionados. Sin embargo, este problema se antoja complicado de desmenuzar si atendemos a la ausencia de profesionalización y apoyo económico en un porcentaje preocupante de los atletas y sus equipos de trabajo.
No debe pasarse por alto, igualmente, un punto que ha discurrido con cierto sigilo durante los meses anteriores al Campeonato del Mundo, y es aquel referido a la forma deportiva demostrable del atleta en las semanas y competiciones previas, especialmente en lo que respecta al Campeonato Nacional. En esta ocasión, dos han sido los atletas con mínima conseguida que no han sido seleccionados en base, particularmente, a este criterio específico. Más que posiblemente, otros atletas debieron pasar por el mismo filtro (al menos en consideración) vistas las circunstancias negativas previas que rodearon posteriormente sus participaciones en Londres (en varios casos, declaradas abiertamente por ellos mismos). No resulta somero un criterio que filtra las opciones, dada la situación comentada en el párrafo anterior (única marca mínima exigida). Tampoco debe tomarse en consideración exclusiva el historial con el equipo nacional, porque los criterios, tanto en su generalidad como en su particularidad, ni son excluyentes ni son exclusivos. Debe considerarse un factor más a tener en cuenta.
Pasando al examen de situaciones más concretas, hemos encontrado un punto extraordinariamente polémico durante los días que ha durado la fiesta del atletismo en Londres. Ejemplificando, ¿no son tres nulos en saltos o lanzamientos un mal concurso? ¿No lo es lanzar un alto porcentaje –pongamos un 25%, por cifrar el debate– por debajo de una marca personal lograda pocas semanas atrás? ¿No lo es irse de vuelta a casa sin marca acreditada en un concurso, habiendo obtenido un registro enormemente superior durante el mes y medio previo?
Hay determinadas actuaciones que resultan muy complicadas de defender (no así de arropar; conceptos diferentes). La climatología, la falta o la ausencia de sueño, el cansancio acumulado, las comidas, los pequeños problemas físicos o fisiológicos… Existe una multitud de factores, que para mayor incidencia pueden ser combinados entre sí, que se postulan como foco permanente de problemas para el atleta. No obstante, que entendamos que el deporte de élite tiene estas cosas no edulcora situaciones. Si la actuación no es buena, no lo es. El establecimiento de una realidad palpable y objetiva no supone ni una ofensa ni una crítica gratuita.
Por otra parte, en el deporte de élite, el riesgo, como variable existente y que debe suponer un baremo mínimamente controlado o controlable por parte del atleta y su entorno, se presenta como un factor más para valorar una actuación. Pero no solamente de manera positiva. Que el riesgo mal aplicado, o aplicado a destiempo, desemboque en una actuación negativa, lleva aparejada una valoración negativa. El atleta debe comprenderlo y debe asumirlo como una variable más de su trabajo. No tiene sentido calificar el riesgo solamente como una variable positiva, valorándolo de manera permanente como un triunfo, independientemente de cuál sea el resultado. El riesgo mal aplicado forma parte de la derrota o de la mala actuación. El atleta debe, imperiosamente, conocerlo y asumirlo.
Dicho esto, y en base a varias coyunturas que han acontecido a lo largo del Campeonato en diversos medios de comunicación y de difusión, así como en redes sociales, en referencia a este tema, no debe dejarse pasar la oportunidad de expresar una crítica hacia una tesitura que, ajena a la objetividad, la ecuanimidad, la neutralidad, la justicia y el desapasionamiento, ha calado hondo en un sector del aficionado (más o menos aficionado, todo hay que decirlo) que se dedica, de manera pétrea y automática, a desacreditar al autor documentado y contrastado, recurriendo al insulto, cayendo en la bajeza y adquiriendo la actitud propia del matón que arremete porque es su naturaleza y no porque realmente empuñe argumentos para defender una tesis elaborada. Y todo sea dicho, en un porcentaje altísimo, por no decir absoluto, desde el completo desconocimiento previo del trabajo del respectivo autor, variable que acrecienta el descrédito de manera exponencial cuando hablamos de opiniones fundamentadas.
Cuando una opinión razonada, argumentada y apoyada en datos objetivos de una minoría de individuos va en contra de una opinión mayoritaria ausente de fundamento y revestida de demagogia, agravio, permanente electoralismo e insulto, no implica la existencia de una falta de respeto. Cuando una realidad se refleja, en contra de lo establecido, no deja de ser una realidad por el mero hecho de que haya quien desee apoyarse en lo insustancial. Y es una realidad que puede explicarse perfectamente en el hecho de que la crítica compleja es complicada de realizar desde el punto de vista del aficionado medio. La lectura en su conjunto de este tipo de situaciones requiere sosiego, comprobación, documentación, exigencia, conocimiento previo y rigurosidad. Y no todo el mundo está dispuesto a realizar un trabajo que implica esa exhaustividad. Podríamos, incluso, ir más allá. Quién sabe si esta situación es un paradigmático reflejo de la sociedad en la que vivimos.
El «pasamanos» habitual en situaciones en las que el atleta raya muy por debajo de su nivel (por la circunstancia que sea) solamente propicia una falsa seguridad en el atleta que lo único que consigue es un perjuicio objetivo y una propagación subliminal de inseguridad. La crítica, cuando es objetiva, no es irrespetuosa. Cuando es fundada, no es desconsiderada. Cuando es argumentada, no es insolente. Debiera ser de dominio público que prácticamente toda situación en la que el entorno o el aficionado transmite al atleta una situación evidente de condescendencia no provoca sino una situación absolutamente irreal. El atleta ha pasado a estar malacostumbrado. Creerse inmune, intocable o ajeno a la crítica, siempre que esta destile buen talante, psicología y madurez, impide la mejora y el crecimiento en cualquier ámbito de la vida personal o profesional. Jamás un deportista profesional puede -ni debe- estar exento de la crítica. No obstante, es él/ella quien ha elegido su propio camino. Eso sí, debe primar siempre la objetividad a la hora de analizar las diferentes actuaciones. Sin ecuanimidad no existe un auténtico análisis. Y sin un auténtico análisis, no existe posibilidad ni de crítica ni de mejora.
En plena era digital, resulta de una trivialidad preocupante cómo cualquier persona que disponga de un ordenador o un teléfono móvil y una cuenta en una red social puede ostentar la descarada y desvergonzada osadía tanto de sodomizar hasta la vergüenza -incluyendo el improperio rastrero- a profesionales contrastados y con criterio demostrado y demostrable (obviando la naturaleza del medio para el que trabajan o desde el que entonan sus opiniones), como de apoyar teorías sin fundamento alguno, o devolver mediante grotescos ataques y agravios infames lo que previamente recibieron como argumentaciones sólidas, pulidas y objetivas. Aun sin estar de acuerdo, por supuesto. Que exista disparidad de opinión no deja exento a nadie de demostrar respeto y de valorar (o al menos intentarlo) las cosas en su justa medida. Nos guste o no. La defensa a ultranza de una situación, sin presentar argumentos y sin que exista un debate limpio, homogéneo y educado, hace perder automáticamente casi cualquier tipo de credibilidad.
Y es precisamente este tipo de actitudes uno de los escudos tras los que, subliminalmente, el atleta se parapeta para no aceptar, no asumir o no comprender una situación que a todas luces es negativa. Es, con precisión, esta una de las primeras razones que llevan al atleta a enmascarar su «tragedia» profesional tras el manto de burdas emociones e ilegítimas defensas generadas por el aplauso fácil y la adulación gratuita. «Es muy fácil criticar desde el sofá», leemos con demasiada frecuencia. Perdónenme, pero si tuviéramos que ser o haber sido atletas de élite para realizar una mínima crítica sobre una actuación, el mundo discurriría por un apocalipsis de proporciones bíblicas. Si esa crítica rezuma argumentaciones por los cuatro costados, ¿no es obvio que la misma resulta legítima, real y necesaria, aunque no estemos de acuerdo con ella? Todo lo demás queda definido en una palabra: demagogia.
Y aquí hay que hacer hincapié en la posición que ocupan los atletas desde el punto de vista del colectivo. Si entre los atletas existiera la unión que hemos podido contemplar durante estos días para afrontar problemas tan reales y palpables como lo son el calendario, las becas, la situación de los entrenadores, los centros de entrenamiento, el método, la visibilidad, los contratos, los patrocinios, el trato de los medios o el dopaje, las cosas podrían aspirar a ser radicalmente diferentes en el atletismo. El permanente cierre de filas, la disculpa, la defensa a ultranza («sólo yo sé lo que he trabajado para esto», «se lo merece», «se lo ha ganado»…), o la justificación insustancial («hay que estar ahí para poder opinar») no hacen más que atacar en bloque y sin fundamento a una crítica que es necesaria y que -y esto resulta particularmente importante- es colaboracionista, aunque esa actitud permanente de defensa busque reflejar lo contrario de manera profundamente equivocada. Y aunque disguste, dicha actitud no hace sino perjudicar la imagen que el atleta proyecta de sí mismo hacia el exterior.
Esfuerzo, sacrificio, orgullo, honor, trabajo, sufrimiento. Todo va implícito (que no significa que no haya que recordarlo y tenerlo presente). Por favor, hablamos de deporte de élite.
Cuando la noche caía amenazante y a la vez serena sobre Londres, un récord de España aún rezumaba por las esquinas humeantes de emociones del Olympic Stadium. Posiblemente, el broche a la actuación de un combinado joven, inquieto y fresco, que debe deparar aún un sinfín de posibilidades. Con los ecos del posible adiós de la leyenda Beitia, la promesa de vuelta del felino Ortega, la recuperación del estatus mediofondístico de parte del mago Mechaal, la magnífica prestación tanto corporativa como individual de la sempiterna marcha, el establecimiento definitivo de la plasticidad de Peleteiro, la lucha sin cuartel de Guerrero, Lozano, Esteban, Pereira o Pérez, la complejidad de las combinadas reflejada en Ureña y Tonnesen, la amargura desgarradora del incansable Fifa, la caída al abismo de la ría -en la que todos caímos con él- del espartano Martos, la incesante búsqueda de la excelencia de Torrijos o Kevin, y las actuaciones desazonadas de Cáceres, Bychkov, Sergio o Úrsula, concluye un nuevo Campeonato del Mundo. Y Doha, en poco más de dos años, deparará una nueva aventura que no hace sino continuar día tras día, semana tras semana, en un incesante goteo de galopadas, saltos, lanzamientos, decepciones, triunfos y registros vetados a la común capacidad de los mortales. Porque el atletismo, aunque quizá haya quienes no acaban de enterarse, no se detiene ni se ha detenido nunca. Es un monstruo que está despierto y en plena efervescencia durante todo el año. Es una estrella centelleante cuyo brillo no se atenúa cuando concluye el Mundial. Ahí radica una de sus innumerables grandezas. No destruyamos su esencia. Ayudemos a construirla con letras y valores de oro, como ha sido hasta ahora, en su extraordinaria historia.