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Atado

Atado

El Celta entiende cada vez mejor a su gente. Hace unos meses arrancó los actos de su centenario con una boda sin novios en Mos en la que hubo servicio de catering, tarta gigante y obispo. Fue la despedida de un tiempo, de una forma de manejar el club exitosa en lo económico y también en lo deportivo, pero demasiado alejada de la esencia de todo. Fue sintomático que aquella tarde del 23 de agosto, sin más ayuda que los mensajes en el móvil y las redes sociales (a las que a veces encontramos utilidad) el celtismo se reunió en Balaídos para tomar unas cervezas, compatir unos abrazos y soplar unas velas modestas entre risas, canciones y recuerdos. El mensaje caló. A Marián Mouriño le fallaron Benítez y Campos, pero ha entendido y reconducido muchas otras cosas. Ayer se pudo comprobar el Balaídos antes, durante y después del partido ante el Valencia. La gente es feliz sintiéndose parte de algo, de esa obra común que ha sido el Celta. Y si las cosas acaban bien ya no te cuento. Hubo felicidad y agradecimiento del campo a la grada y al revés. La temporada difícilmente se hubiera salvado de otra manera. Ahora es tiempo de ponerse las chanclas y de acertar con las decisiones para que esa mesa que ha cojeado de una pata, la deportiva, deje de hacerlo. El resto ya está bien sembrado.

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