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Carlos Gil Pérez, uno de los padres del atletismo español, acusado de abusar de menores en los ochenta: “Aprendí a vivir con ello, ¿quién me iba a creer entonces?”

Carlos Gil Pérez, uno de los padres del atletismo español, acusado de abusar de menores en los ochenta: “Aprendí a vivir con ello, ¿quién me iba a creer entonces?”

Lo que ha llevado a F. J. B. J., de 57 años, a contar su historia es una inscripción que se colocó en 2013 en la casa de la persona a la que acusa de abusos cuando él era menor, en los años 80. Está en Salamanca, en la calle Cristo de los Milagros, donde se lee: “Aquí vivió Carlos Gil Pérez (1931-2009). Entrenador de entrenadores. Impulsor del deporte y del olimpismo en Salamanca. Su lema: Citius, altius, fortius [Más rápido, más alto, más fuerte]. Barón de Coubertin, Juegos Olímpicos de Atenas, 1896]”. Carlos Gil Pérez, fallecido en 2009, fue director técnico de la Federación Española de Atletismo de 1979 a 1988 y es uno de los padres del atletismo español, con quien llegaron las primeras medallas olímpicas. Con él se consiguió la plata en 50 kilómetros marcha en Moscú 80 y un bronce en el 1.500 en Los Ángeles 84. En Salamanca, donde vivía, se celebra cada año un torneo con su nombre, el Memorial Carlos Gil Pérez, que lleva 25 ediciones. Todo eso remueve por dentro a F. J. B. J.: “Esa pintura de homenaje me duele. No quiero encontrarme un pabellón con su nombre [la pista cubierta de La Aldehuela, en Salamanca], ni una placa en su calle. Porque es el nombre de un pederasta que abusó de mí. Me repugna cada vez que paso por delante. Por eso he tenido la necesidad de contarlo”, explica. Asegura que en ese piso, cuando tenía 17 años, Gil Pérez le puso una película porno, le pidió que le hiciera una felación y le obligó a masturbarle.

Este exdeportista, que ha firmado una declaración jurada con el relato de sus acusaciones, desea ser identificado solo con sus iniciales para no hacer daño a sus familiares, a quienes nunca ha contado nada. Un segundo exatleta, de 58 años, que tampoco desea revelar su nombre, coincide en las acusaciones. No era del grupo de Gil Pérez, pero sí iba habitualmente a su casa y confirma que veían películas porno y les hacía tocamientos: “Me ponía la mano en el paquete y no fui el único; siempre lo intentaba con unos cuantos”. Los dos están convencidos de que hay más víctimas. Un tercer exatleta de la época confirma el contexto de los abusos que narran los otros dos: la casa del técnico era punto de reunión habitual de los menores que entrenaba y les ponía películas pornográficas. Un cuarto de la misma época también corrobora que iban a menudo a esa casa, aunque dice desconocer que se produjeran abusos. En la investigación que ha emprendido EL PAÍS sobre los abusos en el deporte español, ha contabilizado ya más de 1.124 víctimas en las últimas décadas.

Carlos Gil Pérez, ex-director técnico de la Real Federación Española de Atletismo entre 1979 y 1988.

F. J. B. J. relata que fue lanzador de disco entre 1980 y 1983, de los 14 a los 17 años, y acudía a diario a las pistas de entrenamiento del Botánico como federado de la UDS (Unión Deportiva Salamanca) en categorías inferiores. Nunca llegó a la absoluta, precisa. Lo entrenaba Marceliano Ruiz, no formaba parte del grupo de velocistas de Carlos Gil Pérez, pero sí uno de sus mejores amigos de la época. Con él fue por primera vez a casa de Gil Pérez: “Era normal que subiéramos cuatro o cinco amigos a su casa algún viernes por la tarde para escuchar música, porque tenía un equipo de última generación, a tomar algo o ver material deportivo y, en ocasiones, porno en la sala. A él no parecía importarle siempre que fuéramos pocos. En una ocasión, estando un grupo de varios amigos, pusimos una peli porno para masturbarnos y reírnos entre nosotros, Carlos Gil se acercó a la sala y nos dijo: ‘Al primero que se corra le doy 200 pesetas’. Se quedó mirando lo que estábamos haciendo, se le iba la mano, sin obligar a nadie, pero era algo no consentido. ‘Mira como la tiene’, decía. Éramos todos menores. Teníamos las hormonas a mil, para nosotros era una gamberrada de chavales, con los años me di cuenta de que lo que hacía no era normal”, relata.

“Siempre quería estar rodeado de jóvenes. Casi todos los velocistas subían a su casa”, recuerda, y precisa que cuando iban a su casa intentaban hacerlo en grupo. “Para protegernos. Muchas veces se escuchaba la frase: ‘¿Vas a casa de Gil Pérez? Ya puedes tener cuidado”. A veces, asegura, el seleccionador les daba “dinero para comprar discos en la tienda de abajo o coca colas y fantas”. F. J. B. J. también afirma que cuando el entrenador se despedía de él y de los demás chavales, siempre intentaba besarle en la boca. “Aprendí a poner la cara de lado”.

El otro exatleta que asegura que sufrió tocamientos, y que estuvo federado por la UDS entre 1975 y 1981, lo confirma y corrobora que la casa del seleccionador era un lugar habitual de encuentro para los atletas. “No teníamos pelas [pesetas] para estar por ahí todo el día, además en invierno hacía frío y la casa de Carlos era un sitio para estar los chavales juntos. Nos venía bien. Íbamos después de salir del cole y también los fines de semana. Nos ponía películas porno, era la época del destape y nosotros chavales de 14 y 15 años con la libido a mil. A veces entraba él en la sala, con la peli puesta y te ponía la mano en el paquete. Cuando empecé a ser consciente de lo que estaba pasando me lo quité de encima y no volví a ir a su casa. Su hobby eran los chavales y cuantos más jóvenes, mejor. No lo hablamos nunca con nadie, ni se lo comentamos a ningún otro entrenador porque era una cosa que nos daba vergüenza. Siempre intentábamos ir en grupo a su casa, nunca solos”, relata. ¿Cómo reaccionaba cuando se lo quitaban de encima? “Él pasaba de todo, hoy lo intento, mañana otra vez…”.

El peor momento para F. J. B. J., asegura, llegó cuando tenía entre 16 y 17 años y fue de viaje de estudios a París. Gil Pérez la pidió un favor. “Me encargó que le comprara un libro sobre el fair play en un lugar a las afueras de París, especializado en temas deportivos. Me dio la dirección y el dinero. A la vuelta fui a su casa, solo, para dárselo. Él me recibió en bata, siempre la llevaba. Me puso una peli porno y comencé a verla en la sala, al poco tiempo él entró, se sentó a mi derecha en el sofá, empezó a tocarme los genitales y me bajó la bragueta, intentando besarme, se sacó el pene, me pidió que se lo tocara, que le hiciera una felación, yo le decía que no, que no me gustaban los hombres, que a mí me gustaban las mujeres. Me dijo: ‘Pues imagínate que soy una mujer’. Tenía el pene fuera, me cogió de la muñeca y se llevó mi mano para que se lo tocara y le masturbara. Lo hice, pero no terminé, me fui antes de que él tuviera un orgasmo, me sentí incómodo y salí como pude de allí. No volví a ir a su casa”, detalla. “Después de ese hecho, ya no me saludaba en el campo de entrenamiento. Me miraba con cara de: ‘Tú ya no pintas nada aquí’. Dejé el atletismo al poco tiempo”.

Un tercer exatleta, sí entrenado por Gil Pérez durante cinco años, entre 1985 y 1990, corrobora el contexto del relato de los otros dos, aunque afirma que él nunca sufrió abusos: “La casa de Gil Pérez era el lugar de encuentro habitual para los jóvenes, ni siquiera quedábamos a una hora concreta, aparecíamos allí cuando nos daba la gana. Nos ponía pelis porno, sí. La tele estaba en el salón, pero manejaba el mando desde su despacho y cuando estábamos viendo entrenamientos, nos cambiaba a una peli porno y decía: ‘¿Qué, a que os estáis riendo?’. Conmigo no fue más allá de las pelis”. Pero confirma que había cierta inquietud sobre el entrenador en la ciudad y en su propia familia le aconsejaron que tuviera cuidado con él. Aunque Gil Pérez era seleccionador nacional y tenía que ir y venir de Madrid a dar clases en el INEF, siempre vivió en Salamanca. “Decía que aquí estaba muy cómodo. Deportivamente era un visionario, atleta que tenía, atleta que hacía medalla. Era muy respetado deportivamente”, añade.

“Era un grupo cerrado: de haber habido algo, hubiera sido difícil de saber”

La Federación de Castilla y León, consultada por este periódico sobre las acusaciones, dice que no tiene ninguna información al respecto. “A nosotros, desde luego, no nos han llegado denuncias”. F. J. B. J. no se lo contó a nadie nunca. Aunque confiesa que en casa sí se comentaban cosas sobre los supuestos comportamientos de Gil Pérez. Tampoco lo denunció, por vergüenza y porque cree que nadie le hubiera creído. “Aprendí a vivir con ello. Ni siquiera era consciente de que eso se podía denunciar, eran los años 80. Quién me iba a creer a mí, Carlos era una autoridad, una eminencia del deporte y del periodismo, tenía muchísimo poder en Salamanca. Escribía artículos en El Adelanto, era profesor de INEF. Nadie me hubiese creído, era la palabra de un niño contra la de un adulto. En una época, además, en la que lo que decían los adultos iba a misa”, asegura. “Nadie hace 40 años iba a escribir a un periódico para contarlo. Con la mentalidad de entonces, te hubieran rechazado en el grupo o se hubieran reído de ti”.

Y añade: “Sé que él está muerto y por lo tanto no puede defenderse; sé que habrá gente que se pregunte por qué lo cuento ahora. Lo asumo, pero ahora tengo la madurez suficiente. Con 15 años no, y asumes que la culpa era tuya, no del mayor. Solo espero que esto sirva para que las víctimas de abuso se animen a denunciar a tiempo, ya no estamos en los años 80″. Sostiene además que, si alguien de su grupo de atletas hubiera dicho algo, les “habría jodido la carrera”.

El mural-homenaje al entrenador Carlos Gil Pérez en la calle Cristo de los Milagros de Salamanca, donde residió.

Antonio Sánchez, que tiene tres años más que F. J. B. J., fue uno de los atletas estrella de Carlos Gil Pérez ―compitió en tres Juegos Olímpicos, los de 1984, 1988 y 1992― y ahora es director deportivo de la Federación de Atletismo (RFEA), se queda helado cuando recibe la llamada de este periódico y se entera de las acusaciones contra Gil Pérez. “Me ha dejado a cuadros. Carlos era mi amigo. Mi padre. Es la primera vez que escucho esto. Todos íbamos a su casa, mil veces, jamás para hacer cosas extrañas. Iba a por libros, porque además de mi entrenador fue mi formador y si soy entrenador ha sido gracias a su formación. Nunca tuvo siquiera un amago conmigo, ni con gente que estuviera a mi alrededor”.

Marceliano Ruiz, otro conocido atleta salmantino, también fue pupilo de Carlos Gil Pérez, desde los 17 hasta los 33 (empezó en 1971). Era vallista, no velocista. Ahora tiene 69 años. “Me deja completamente descolocado. Estuve muchos años con él y conmigo nunca ha tenido nada de eso. Íbamos de viaje, a las competiciones, durante 12 años todos los fines de semana, jamás vi nada”, dice. “Es verdad que los de su grupo se juntaban en su casa, a merendar, comer, ver alguna película, pero estoy muy sorprendido. El grupo de entrenadores y atletas era un grupo bastante cerrado, si había algo, que no lo sé, hubiera sido difícil de saber”, afirma. Rosa Colorado, prestigiosa plusmarquista española, también fue atleta de Carlos Gil Pérez ―la única mujer a la que aceptó entrenar― y ahora, con 69 años, también se dice muy sorprendida: “Yo es verdad que iba muy a lo mío en aquella época, no iba a su casa, pero sí sé que muchos iban a ver atletismo, revistas. Me deja sin palabra. A mí nunca me llegó nada, pero yo me centraba únicamente en lo mío”.

Si conoce algún caso de abusos en el deporte español que no haya visto la luz, puede escribir a: abusos@elpais.es

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