Hoy nos centramos en todo un hito en la historia del atletismo moderno. Y esta pequeña maravilla es un hito por muchas razones. Los Juegos Olímpicos de México de 1968, atléticamente hablando, fueron los Juegos de la genialidad de Fosbury. Los Juegos del impresionante vuelo de Beamon. Los Juegos del nacimiento africano como potencia en el mediofondo y fondo mundial, consiguiendo sus primeras medallas. Y los Juegos en los que el hombre conseguía, por vez primera, derrotar los límites de la ciencia, y detener el cronómetro antes de que marcara 10 segundos en los 100 metros lisos. Más de 10 metros por cada segundo recorrido.
Jim Hines había conseguido ya en septiembre, en Sacramento, detener el reloj por debajo de los diez segundos (9.9, con cronometraje manual), durante la celebración de los Trials norteamericanos, donde se dilucidaría la selección que iba a integrar el equipo que acudiría a México. Un viento a favor demasiado elevado privó a Hines de hacerse con la plusmarca mundial. Avisaba, sin embargo.
En Ciudad de México, en una altitud de dos mil trescientos metros sobre el nivel del mar, se decidió apostar por la innovación. Eran los primeros Juegos en los que funcionó la maquinaria antidopaje, así como los controles de sexo. Por vez primera, se competía en una pista cien por cien sintética. Y por vez primera, se hacía bajo cronometraje electrónico.
Otra curiosidad: la final de los 100m iba a resultar la primera vez en la que las ocho calles estaban ocupadas por velocistas de raza negra (los estadounidenses Hines, Charlie Greene y Mel Pender, el jamaicano Lennox Miller, el cubano Pablo Montes, el francés Roger Bambuck, el canadiense Harry Jerome y el malgache Jean-Louis Ravelomanantsoa). Precisamente, en los Juegos Olímpicos que vieron cómo Estados Unidos amenazaba con boicotear a los atletas negros de su país (Tommie Smith y John Carlos protagonizarían una de las fotos más conmovedoras, controvertidas y arquetípicas de la historia olímpica).
Hines llegaba a aquella final como favorito, tras mantener un apasionante duelo durante toda la temporada estival con su compatriota Greene. Y el velocista, nacido en Dumas, Arkansas, el 10 de septiembre de 1946, es decir, veintidós años recién cumplidos, iba a convertirse aquel 14 de octubre de 1968 en el primer hombre que conseguía la proeza de correr el hectómetro en menos de diez segundos.
El tiempo oficial, 9 segundos y 95 centésimas, con un viento favorable de 0.3 metros por segundo. Una carrera de menos a más, como a Hines le gustaba, saliendo disparado de tacos como un perdigonazo, acelerando temprano, aguantando, hasta una última aceleración brutal, que le daba la ventaja necesaria sobre sus rivales (siempre es recordada la imagen de sus rivales lanzados sobre la llegada en los últimos metros, con Hines aún a tope al pasar por meta).
Su segundo oro en aquellos Juegos llegaría, junto a sus compañeros Charlie Greene, Mel Pender y Ronnie Ray Smith, y realizando la última posta, en el relevo 4x100m, también con récord mundial (38.24).
Tras el éxito rotundo que supuso aquel oro, Hines aceptó una suculenta oferta de 75.000 dólares por un contrato de tres temporadas con los Miami Dolphins de la Liga Nacional de Fútbol Americano. Tras haber jugado brillantemente al béisbol en su juventud, y teniendo en cuenta que el profesionalismo en el atletismo no existía aún, Hines consideró la oferta como la oportunidad de su vida. Tras dos años en los Dolphins y una temporada en los Kansas-City Chiefs, el balance gris de su periplo futbolístico le convenció para abandonar la liga.
Según sus propias palabras, tras no ganar «ni un centavo» como atleta, y tener que vender sus medallas «a un banco», tuvo que emplearse a tiempo completo como vendedor de lámparas y bombillas en una empresa de Austin, pasando sus días en el anonimato de una modesta y semi-destartalada casa de campo a las afueras de Gibbings, un pequeño y recóndito pueblo del vasto estado de Texas.
Aquel estratosférico récord mundial no pudo ser superado hasta casi 15 años después, cuando Calvin Smith lo rebajara en dos centésimas en Colorado. Pero esa es otra historia.
Siempre seré para los negros de todo el mundo un gran campeón. Pero en Estados Unidos, los campeones se devoran como si fueran hamburguesas»
Jim Hines. Campeón olímpico de 100m y 4x100m en México ’68.
Récordman mundial del hectómetro, con 9.95 (1968-1983).