No es la primera vez que en esta bitácora se desgrana un caso parecido al que prosigue a estas líneas. Bien lo sabe, por ejemplo Pablo Villalobos. Sin embargo, sí que es cierto que el contexto pasa por ser ligeramente diferente.
Durante el octavo mes de 1993 iba a celebrarse un Campeonato Mundial de Atletismo que se convertiría, en su cuarta edición, en la primera cita mundial de carácter bienal. Muchos y muy representativos nombres de estrellas que iluminaron el firmamento atlético, certificándose hasta cuatro récords mundiales durante el evento (Colin Jackson en 110mv, el relevo estadounidense masculino en el 4x400m, Sally Gunnell en 400mv y Anna Biryukova en triple salto).
Desde el viernes 13 hasta el domingo 22 de agosto de aquel 1993, año post-olímpico, el recién bautizado como Gottlieb-Daimler-Stadion de Stuttgart (hoy día conocido como Mercedes-Benz Arena) sería testigo de unos campeonatos que depararían un buen resultado general a los atletas españoles, alcanzando la mayor cifra de medallas (y de finales) en los cuatro Mundiales celebrados hasta aquel entonces.
El mundo asistió a la debacle de Carl Lewis en las pruebas individuales de velocidad, y a la reafirmación de Kevin Young como vallista del momento. Pudo disfrutarse del doblete, oro y bronce, de los españoles Massana y Plaza en los 20 kms marcha (que redondearía después ‘Chuso’ García Bragado con el oro en los 50 kms). Se produjo el primer envite mundialista del que después se convertiría en el mejor saltador de longitud de la historia, el cubano Iván Pedroso. Incrédulo, el universo asumió el dominio insultante de las chinas en todas las pruebas de fondo femenino (triplete incluido en el último 3.000m que se disputaría en unos Mundiales). Amén del último gran triunfo de la campeonísima Jackie Joyner-Kersee.
Hasta el día veinte hubo que esperar para ver las dos semifinales de los 10.000m masculinos. Varios nombres ilustres, pero básicamente, y eternizando ese imperecedero antagonismo territorial, un póker de ases como favoritos: los kenianos Moses Tanui y Richard Chelimo, y los etíopes Fita Bayissa y Haile Gebrselassie.
Tanui era el campeón mundial vigente (y primer hombre en bajar, en aquel abril, de la hora en media maratón, 59:47). En Tokio, dos años antes, el propio Chelimo había ejercido como su lugarteniente de lujo, en un soberbio trabajo de equipo, y entre él y Thomas Osano habían escoltado a Tanui de tal manera que pudiera hacer frente al temible ‘rush’ final del marroquí Khalid Skah, preparando una carrera muy lanzada desde el inicio. El inconmensurable desempeño de un Chelimo que había llegado en una forma increíble a la cita japonesa propiciaba la victoria de Tanui. Al año siguiente, en los Juegos de Barcelona, Chelimo sufriría una de las mayores afrentas de la historia del olimpismo y del deporte mundial, en una historia que pasará a los anales como una de las más controvertidas de la historia.
En el bando abisinio, dos atletas que participarían con gran éxito en el 5.000m, consiguiendo dos medallas. Por un lado, el joven Haile Gebrselassie, que se encontraba ante su primera oportunidad para asombrar al mundo, que ya lo enfocaba como un talento absolutamente desbocado. Por otro, Fita Bayissa, que se había alzado con la plata en el 5.000m de Tokio dos años antes, y que consiguió el bronce olímpico en Barcelona en aquella carrera que acabaría ganando el alemán Dieter Baumann. Los días previos, Haile conseguía la plata en el 5.000m, por delante de Fita, que se llevaba el bronce. Nada podían hacer ante el meteórico keniano Ismael Kirui (hermano pequeño del ya mencionado Richard Chelimo).
En esos ‘heats’ clasificatorios del viernes 20 de agosto, el argentino Antonio Silio vencía en el primer envite, con Gebrselassie, Tanui y Chelimo en una vigilancia recíproca continua, que les llevaría a ocupar el segundo, tercer y cuarto puesto respectivamente. Nombres muy reconocibles, como Domingos Castro o Steve Moneghetti, se quedaban a las puertas de una finalísima en la que conseguiría colarse el vigués José Carlos Adán. En la otra semifinal, victoria para el luchador y talentoso italiano Salvatore Antibo, por delante de Bayisa y del keniano William Sigei. En esta serie, el manchego Antonio Serrano lograba el pase por tiempos a la gran final.
Y aquel domingo, día de despedidas en Stuttgart, tras la final del 4x100m, y justo antes de las finales del 4x400m, que clausurarían el Campeonato, a las cinco en punto de aquella tarde estival, en esa zona boscosa del sur germano, arrancaba, con el pistoletazo de salida, la tan esperada final de los 10.000m. Con las destacadas ausencias de Khalid Skah, campeón olímpico (que decidía no participar), y Yobes Ondieki, flamante plusmarquista mundial (primer hombre en bajar de los 27 minutos, arrebatándole el récord a Chelimo, pero que no se presentó a las durísimas pruebas de selección kenianas), todas las miradas estaban puestas en el duelo entre los etíopes y kenianos mencionados.
Con la carrera totalmente controlada por los favoritos, sólo el alemán Franke parecía soportar el terrible ritmo cambiante, tan característico de los atletas del altiplano africano. Bien entrado el sexto kilómetro, la selección se reducía únicamente a tres unidades: Chelimo, Gebrselassie y Tanui. Los tres aguantarían hasta aproximadamente el octavo kilómetro, cuando el subcampeón olímpico Chelimo perdía contacto definitivamente con sus rivales, a consecuencia del temible ritmo impuesto por su compatriota. Gebrselassie soportaba las embestidas del vigente campeón mundial, y el final se preveía presumiblemente apasionante.
Ya a falta de unas tres vueltas y media, Tanui se giraba varias veces, desafiante, hacia Gebrselassie. La razón parecía proceder de algún toque previo del etíope que molestó al keniano, y se convertía en germen del desenlace de la historia. Con Tanui buscando un ritmo que hiciera pasar por aprietos a su rival, Gebrselassie se había convertido en la sombra perfecta de su enemigo. Exageradamente pegado al keniano, apenas se adivinaba espacio físico entre ambos contendientes durante el penúltimo cambio de ritmo sostenido de Tanui, a falta de poco menos de dos vueltas para el final.
Toque de campana, llegando a la altura del doblado Antibo, y tras un par de frugales vistazos al tartán del etíope, la imagen televisiva revelaba a un Moses Tanui absolutamente fuera de sí, llevándose repetidamente las manos a la cabeza, en ademán de inmensa exasperación ante lo que acababa de ocurrir. Sin apenas creer lo que acontecía en pista, Tanui, en un aparatoso escorzo, se desprendía con una patada al aire, gesto desairado, de su zapatilla izquierda. El keniano iniciaba a partir de ahí su particular ‘via crucis’ en pos de conseguir, descalzo de un pie, revalidar su corona mundial.
Enrabietado, Tanui asesta un descomunal ataque a falta de trescientos cincuenta metros, que consigue abrir entre ambos una brecha de veinte pasos a la altura de la contrarrecta. Un riesgo manifiesto, azuzado por la desazón del incidente, y más, a sabiendas del tremebundo final que ya esgrimía un bisoño Gebrselassie. Pese a ello, la diferencia parecía incluso aumentar, cuando a falta de doscientos metros, ambos intuían ya la recta de meta. Abriéndose paso hacia el último hectómetro, Antonio Serrano, doblado, se convertía en aventajado testigo de la terminal cabalgada de Haile, que, cambiando súbitamente su zancada, enmudecía al estadio con un cambio postrero casi sobrehumano. El valentísimo Tanui, con una mueca de titánico esfuerzo tatuada en su rostro, veía cómo Gebrselassie lo sobrepasaba centelleante por el interior a falta de tan sólo cuarenta metros.
Cruzada la línea de meta, el monumental cabreo de Tanui resultaba incluso incómodo. El keniano se mostró tajante ante Gebrselassie, que se acercó a saludar a su rival, mientras que éste desestimó cualquier tipo de abrazo, apretón de manos o tan siquiera cruce de palabras que fuera más allá de lo que él consideraba que había ocurrido.
«Me ha tocado varias veces en el talón con la puntera de sus zapatillas durante las últimas vueltas, y ha conseguido que la mía quedase descolocada. Así, ha sido imposible esprintar bien. Por eso me ha ganado. Era la única manera que tenía de batirme».
Esas eran las palabras de un Tanui abatido, desdichado, cuya medalla de plata no podía consolar la rabia causada por una acción que él siempre consideró injusta y alejada de la legalidad. Su propia delegación interpuso una queja, que sería desestimada.
Aquella medalla de oro de Gebrselassie, la primera medalla de oro de Etiopía en un Campeonato Mundial, sería solamente el principio del legado de un pequeño atleta llamado a dominar el fondo mundial durante la década posterior. Si éste primer gran éxito del excepcional etíope fue justo o no, cada uno debe juzgarlo por sí mismo. Estos son los últimos minutos de aquella controvertida carrera: