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DQ: Estado de excepción

2018. Sábado 3 de marzo. 21:20h, hora peninsular española.
El aficionado se asegura de tener todo en orden en su salón, de que no haya impedimento para disfrutar del que, según le han contado, o ha leído, o ha escuchado, puede ser el momento del Campeonato para España. Es la primera vez que se sienta ante su televisor para ver atletismo desde que finalizaron los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, año y medio antes. El oro de Beitia, qué alegrón, aquella ya lejana madrugada. Disparo. Algo menos de un minuto después, victoria del compatriota. Con Récord de Europa. Éxtasis, vello erizado, salto consabido, brazos al cielo y emoción desbordada. En una noche fría, el grito se escucha desde el bloque de enfrente con las ventanas cerradas a cal y canto. Primer Campeón del Mundo español bajo techo en carreras (si no contamos como Campeonato del Mundo oficial los World Indoor Games de París, en 1985, con el oro en 800m de Trabado). La cerveza ahora sabe mejor, tras los nervios. El atletismo no desaparece de la pantalla, hasta que, mientras el ganador comparece para mostrar su extraordinario sentimiento ante las cámaras, le notifican el horror: ha sido descalificado. La estupefacción y la incredulidad dejan paso rápidamente a la más absoluta irritación. Las dos horas siguientes, colmado de ira, el aficionado desenfunda todo su verbo a través del teclado de su teléfono móvil, lapidario y limítrofe a la torpeza intrínseca del profano. Qué injusto.

2018. Sábado 3 de marzo. 21:20h, hora peninsular española.
Tercer día de atletismo en Birmingham. Consultados los resultados del día anterior por enésima vez, el aficionado es consciente de la soberbia de una pista traicionera, de un problema que puede desatar los vientos del cólera en una final de nivel cercenado por la circunstancia. Demasiadas eliminaciones, demasiado embrollo para un deporte excesivamente acostumbrado a estar salpicado por la confusión. Disparo. 44.92. Joder, Récord de Europa y de los Campeonatos. Sexto de la historia. Bárbaro. La equivalencia al aire libre, de seguir por este camino, será brutal. El atletismo no desaparece de la pantalla, hasta que, mientras el ganador comparece para mostrar su extraordinario sentimiento ante las cámaras, le notifican el horror: ha sido descalificado. No me lo puedo creer. Esperemos las imágenes. Qué pesadilla. No parece que pise. Reclamarán. Veremos en qué queda. La tónica ha sido cristalina, los jueces se mostraron objetivos e inflexibles ayer (a pesar de una pista infame; el maldito y extraño doble radio, del que ya explicaban términos el mismo jueves, primer día del Campeonato). Las dos horas siguientes, colmado de un estupor que linda en ocasiones con la náusea, le cuesta asimilar lo que lee y escucha.


Dos versiones imaginarias de una misma jugada, contadas, de manera imaginaria, por dos personas imaginarias, ficticias, supuestas, que pudieron, quizá, vivir en carnes diferentes la final de los 400m del Campeonato del Mundo en Pista Cubierta de Birmingham 2018. La de la victoria del palentino Óscar Husillos. La del Récord de Europa bajo techo, que eliminaba el 45.05 del alemán oriental Thomas Schönlebe tras poco más de treinta años en lo alto de una lista inexpugnable. La de la descalificación. «DQ». Ese anagrama que convirtió a la helada Birmingham en un auténtico estado de excepción.

De empezar, por el principio. Por el germen del problema: el famoso doble radio de la pista británica (argumento unido a la estrechez de las calles). La certeza de que el atleta sale escupido hacia la zona interior al abandonar la curva. Resumiendo al máximo, una curva con un radio inconstante, no regular, más abierto en la parte media, más cerrado en la parte más próxima a la unión con la recta, obliga al atleta a motivar un cambio excesivo en la manera de afrontar la transición entre posiciones. Movimientos en ocasiones antinaturales, que no provocan sino una irregularidad que da lugar al caos absoluto cuando el control se escapa. Pérdida de referencia al afrontar un cuatrocientos a semejante velocidad. Al límite.

¿Cuál es la solución a este problema, según la IAAF? Lavarse las manos. Salirse por la tangente. Es decir… que los atletas deben entrenar más en pista cubierta y preparar mejor lo que puede convertirse, sin conocerlo nadie de antemano, en una escabechina de ciclópeas dimensiones. Comunicado de la IAAF (traducido) tras las descalificaciones de la jornada del viernes:

«Las pistas indoor varían ampliamente, y en mayor medida que las pistas al aire libre, particularmente en las curvas, que tienen consecuencias en la fuerza centrípeta cuando los atletas se mueven desde curvas cerradas a rectas. Las descalificaciones han sido ratificadas utilizando imágenes de vídeo de todas las infracciones cometifas. Las carreras en pista cubierta representan un tipo especial de competición, y muchos atletas pasan muy poco tiempo entrenando en pista cubierta. Una mayor familiarización con las diferentes pistas antes de las competiciones podría ser una forma de reducir estas infracciones. Hablaremos con los atletas y buscaremos sus puntos de vista».

Y, todo esto, ¿por qué? Pues porque el viernes, en la sesión matutina, se desencadenaba el genocidio. En la serie 3, tras la salida nula de Abdalleleh Haroun, se produjo la descalificación, en bloque, de los cuatro restantes competidores. El granadino -que se presentaba como líder mundial del año y máximo favorito- Bralon Taplin, el jamaicano Steven Gayle, el bahameño Alonzo Russell y el letón Austris Karpinskis, eran eliminados en una maniobra sin precedentes en el atletismo mundial. En los cuatro casos, en base al artículo 163.3a. La quinta serie propiciaba la eliminación, por el mismo motivo, del costarricense Nery Brenes. Misma razón, mismo artículo, por el que, en la misma mañana, resultaban descalificadas, en las series 2 y 6, respectivamente, la fiyiana Miriama Senokonoko y la serbia Maja Ćirić. Ya por la tarde, una atleta eliminada en cada semifinal: en la primera, la suiza Léa Sprunger; en la segunda, Stephenie Ann McPherson; y en la tercera, la helena Maria Belimpasaki. No hubo, en este caso, sobresaltos en las semis masculinas. Pero, en la final, el destino quiso que el oro y la plata fueran a parar al tercer y cuarto más rápidos de la competencia. Óscar Husillos y Luguelín Santos, extraordinario el español en las dos carreras previas (plusmarca nacional, 45.69, en la semifinal), y de menos a más el dominicano en serie (por tiempos) y semi, eran, ambos, descalificados. Por el mismo motivo, misma razón, mismo artículo.

¿Qué especifica el dichoso artículo 163.3a del reglamento de competición de la IAAF?

«En todas las carreras por calles, cada atleta debe mantenerse desde la salida hasta la meta en la calle que le fue asignada. Esto se aplicará también a cualquier parte de una carrera que se corra por calles».

La polémica, servida en bandeja de plata para los acusadores de todos los niveles, y caldo de cultivo eminente para la falta de aplomo y equilibrio. En este preciso momento es cuando el atletismo se convierte en la cruzada particular de quien enarbola la bandera de la ausencia de ecuanimidad. Cuando el viernes las descalificaciones se tornaban bullicio y singularidad, el sábado pasaban a convertirse en el foco de las iras de un sector del público no demasiado acostumbrado a respetar las normas de un deporte que, si precisamente ha destacado por esencia a lo largo y ancho de su decorosa historia, ha sido por la seriedad, la pulcritud y la objetividad. Es complicado encontrar un deporte cuyas resoluciones resulten más ecuánimes y neutrales, reglamento y juicio en mano, que el atletismo.
Las descalificaciones de Birmingham, en (casi) todos los casos, son obvias. El propio Óscar Husillos, en rueda de prensa posterior, admitía que era «clara» (por las imágenes ofrecidas, posiblemente de las más claras de este Campeonato). El velocista demostraba una entereza que ya hubieran querido muchos para sí durante el fatídico fin de semana. Todo hay que decirlo: pisar una línea o no pisarla resulta de una objetividad tan apabullante que no permite lugar alguno a la incertidumbre. Sí que pudo observarse a un Bralon Taplin excepcionalmente molesto en sus redes sociales. El granadino alegaba que ningún juez había sido capaz de mostrarle una prueba fehaciente de haber pisado la línea, y manifestaba su absoluta «pérdida de amor por el deporte». Así como en los demás casos sí existen, ni el vídeo ni ninguna captura permiten observar un comportamiento irregular del líder mundial del año. Los jueces tendrían sus razones y se sobrentiende que las esgrimirían con Taplin. Se antoja ridículo entrar a discutir por parte del telespectador una decisión que se basa en el trabajo de un equipo de XX jueces que cuentan con un sistema de XX cámaras a su servicio. Si no lo han visto ellos, con toda probabilidad nosotros tampoco (ver documento IAAF ‘Directrices de grabación en  vídeo y Juez Árbitro de vídeo; opción descarga en .pdf)

Hasta aquí, la situación se muestra, en teoría, bastante diáfana. Pero, como no podía ser de otro modo, la opinión pública nacional hizo un ejercicio de sublime autocomplacencia en algunos casos y de burdo atrincheramiento en otros. Una buena parte de la culpa de una reacción a todas luces desmedida de un sector amplio de los aficionados fue de la retransmisión televisiva. La repetición mostraba, en bucle, una imagen de Husillos, ampliada y a cámara lenta, en la que Husillos no pisa en ningún momento la línea interior. Resultaba una paradoja desalentadora detenerse a pensar que hubo a quien no se le pasó por la cabeza en ningún momento que, quizá, la infracción que los jueces argumentaban para descalificar al palentino no se basaba en los fotogramas mostrados en bucle en la televisión (fotogramas que, por otra parte, demostraban sobradamente la inocencia del plusmarquista español). Sin embargo, hubo confusión desmedida, hasta tal punto que muchos sentenciaron como verdad absolutista la imagen que en ese momento les era mostrada. Y eso sin conocer nada más. Añadiendo más leña al fuego, la repetición ofrecía una toma del estadounidense Michael Cherry pisando de manera flagrante la calle dos. La explosión llegaba en este punto. Las expresiones «robo»«injusticia» o «vergüenza» se convertían en trending topic de una situación que, por momentos, se tornaba esperpéntica. Aclarando el affaire Cherry, el artículo 163.4b reza:

«Un atleta no será descalificado si (…) pisa o corre fuera de su calle en la recta, en cualquier parte recta en la sección en que los participantes dejan la pista principal hacia la ría o fuera de la línea externa de su calle en la curva, sin haber obtenido con ello ventaja material, y no haya sido empujado ni obstruido otro atleta de tal manera que haya dificultado su carrera. Si se obtiene ventaja material, el atleta será descalificado.
Nota: Ventaja material incluye mejorar su posición por cualquier medio, incluso pisando o corriendo al interior del borde interno de la pista para salir él mismo de una posición ‘encerrada’ en la carrera».

Minutos más tarde (muchos minutos más tarde, porque la «explicación» no fue rauda, precisamente), corría como la pólvora una imagen que, muy posiblemente, quedará grabada a fuego en el subconsciente colectivo del aficionado español. «La línea de Husillos». El de Astudillo pisaba, sin ninguna duda, la línea interior. En la curva, eso sí, y no en la recta, como muchos quisieron ver. Hay quien sigue discutiéndolo en su óptica particular. O clamando porque la delegación nacional no «peleó» lo suficiente. La imagen no ofrecía duda alguna.

La delegación española interpuso la correspondiente reclamación (habitual, y diría que precisa y metódica en cada DQ que se precie). Como ya resultaba obvio, y visto lo visto con la casuística precedente, no había nada que hacer. Y esto, muy al contrario de lo que se ha hablado, no depende de la mayor o menor presión ejercida por la delegación de turno. No fueron pocos quienes achacaron una falta apabullante de aptitud defensiva a la RFEA por no haber presionado lo suficiente para conseguir la recalificación del palentino. Incluso se llegó a reclamar por la dimisión de Raúl Chapado. Servilismo, resignación y sometimiento fueron alocadas percepciones en una noche que se tornaba febril por momentos. Como si un oro en un Campeonato del Mundo fuera, para una federación, baladí de cualquier tipo (de haber ganado Óscar el oro, España hubiera pasado de ser vigésimo tercera en el medallero a ser séptima). Demencial.

Por añadidura, no hubiera resultado comprensible que, habiendo descalificado por lo mismo a diez atletas previamente en la prueba (sumando femenino y masculino), se hubiera recalificado a Husillos y a Santos en la final y no en su momento a los demás. Los gérmenes del problema -la pista y el trabajo previo de los jueces- no permitían margen de maniobra posible. En cualquier caso, la norma resulta tan objetiva que no deja lugar a interpretaciones.

Ahora bien, y aquí el tema ya es otro, no debiendo obviar que todo lo expuesto anteriormente es irrefutable. Se pueden extraer varias y equidistantes lecturas de la situación. Y recalco la equidistancia como elemento que permite no distorsionar en absoluto la anterior exposición sobre la justa eliminación de Husillos aquella ya fatídica noche de sábado. Recuerden, primero, la idiosincrasia de la pista, y segundo, la rigidez del planteamiento al juzgar (lícito y honesto por parte del colectivo de jueces, en todo caso -colectivo que realizó, salvo alguna reprobable excepción, un buen trabajo en Birmingham-).

Importante, la gestión de la transparencia por parte de la IAAF. Cuando se publican los resultados oficiales, el máximo organismo adjunta a la anunciada descalificación el artículo correspondiente del reglamento en el cual los jueces basan su decisión. Llegados a este punto, en pleno siglo veintiuno, con los adelantos técnicos disponibles y la monstruosa capacidad de los medios tecnológicos, la IAAF debería mostrar al aficionado de una manera rauda y preclara, al menos una imagen de los porqués. Comentado previamente, buena parte de la indignación del aficionado en España procede de las erróneas imágenes que se repitieron sin cesar en la retransmisión televisiva, imágenes que no dejaban duda de que Husillos no había cometido infracción alguna. Así como se adjunta la photo-finish, el artículo (con el texto del mismo, para que pueda consultarlo al momento quien lo desee) debería ir acompañado de la prueba fehaciente. Una mayor transparencia en estas lides allanaría mucho el camino de quienes tienden a creer de primeras en las teorías conspirativas. Y sobre todo, porque los jueces cuentan con un amplísimo sistema de cámaras con el que poder plasmar la prueba ante el espectador sin que queda duda alguna (si es que no la hay). Sin embargo, se trata de un circuito cerrado que no ofrece la posibilidad técnica de exportar contenido o enviar señal externa, por lo que sólo está disponible para la comprobación por parte de los propios jueces. De ahí, por ejemplo, que la imagen que nos ha llegado de la descalificación de Husillos sea una fotografía realizada con un teléfono móvil a una pantalla de televisión, y no la captura directa de un fotograma. Sí que es cierto que, si a día de hoy seguimos, en la rotunda mayoría de las ocasiones, sin tener disponible un recurso tan práctico (algunos dicen que trasnochado) como es la multipantalla, tampoco podemos esperar que el asunto nos depare alegrías a corto plazo, porque parece que la técnica beneficia y se muestra sólo en contados momentos. Es un tema que la IAAF, por su propio beneficio, debería pulir.

En otro término, la esencia de la norma. El artículo 163.3a, ya citado anteriormente, no deja en absoluto lugar para la interpretación. Si se pisa la línea, es descalificación. Tal cual. En el momento en el que se alude a conceptos como la justicia, la sensatez o la racionalidad derivamos automáticamente hacia un panorama de naturaleza totalmente distinta. Si la norma incluye el ejercicio, absolutamente subjetivo, mediante el cual los jueces deben considerar si el atleta ha actuado con la intención de obtener un beneficio o no -idea expuesta y esgrimida en abundancia en los pasados días- es muy posible que se perdieran, precisamente, varias de las razones que convierten a este deporte en ejemplo de equilibrio. Entre ellas, la objetividad (sí o no, pisa o no pisa), o la relativa inmediatez de decisión. Volver a arbitrar, reconsiderar o juzgar con retardo, y en base a unos criterios totalmente subjetivos del equipo de jueces de turno son factores que convertirían al atletismo en un ruleta rusa inabarcable y enigmática para el aficionado más alejado. Pretender acercar al público a un deporte cuya máxima más tangible es la ecuanimidad mediante el juicio subjetivo e individual es una contradicción en sí misma. Muchos nombran esta actitud con diferentes calificativos -desde talibanismo hasta burocracia-, pero en esencia es el fundamento mismo de un deporte cuyos cambios más obvios deben proceder de otros problemas infinitamente más profundos que una (para un gran número de españoles) descalificación. O, mejor dicho, un cúmulo de descalificaciones. Bien es cierto que este último punto no importó en exceso a un gran número de ese gran número de españoles. Igual que tampoco importó en exceso la descalificación de Churandy Martina en la final del 200m de Ámsterdam, por la que Bruno Hortelano se convirtió en Campeón de Europa en 2016. Se trata de la misma infracción, escrutada bajo el halo del mismo apartado reglamentario, y observada, sin embargo, desde prismas totalmente diferentes.
No se trata de ofender el espíritu de la norma. Es que la norma no ofrece espíritu alguno que ofender, al carecer de mayor interpretación que la puramente objetiva que se desprende de la misma («mantenerse en la calle asignada»). Transformarlo en una decisión de los jueces, en una valoración de la existencia o no de intencionalidad, o en una búsqueda o no de la ventaja, se convierte en un ejercicio de equilibrismo.

Distinto resulta el caso, por ejemplo, de Paul Chelimo en el 3.000m. Inexplicable que lo que a todas luces fue un descuido del estadounidense, sin conseguir ventaja material alguna, le costara la descalificación (y flagrante que, en otras ocasiones, la situación sí se haya entendido como tal, en casos, por ejemplo, de tropezones o desequilibrios):

La comparación con el caso del 400m es inviable por tratarse, simple y llanamente, de artículos distintos del reglamento. Y no hay más que acudir al mismo para alcanzar una solución. Para estos casos, tratando de arrojar un poco más de claridad al asunto, se ha llegado a utilizar, incluso, el símil de los concursos. Como comentaba tan gráficamente el siempre sabio Jorge González Amo, «en la longitud y el triple, a pesar de que la marca en la plastilina sea mínima, los jueces tienen que aplicar el reglamento». Obvio que la comparación no es tangible, por tratarse de situaciones, pruebas y códigos específicos diferentes, pero bien ayuda a comprender la tesitura. Tómese, por tanto, de manera más abstracta.
En otras lides, la descalificación y posterior recalificación en el 800m del estadounidense Drew Windle por agarrar de manera clara de la camiseta a Adam Kszczot. El asunto beneficiaba de primeras al español Saúl Ordóñez, que finalizando tercero ascendía a la plata, para finalmente adueñarse de la medalla que le correspondió sin DQ del americano. Muchos quisieron destacar el poderío de una delegación como la estadounidense a la hora de reclamar una eliminación (en contraste con la -supuesta y ya nombrada- inoperancia española). Cierto e innegable, aunque pese, que USA maneja mucho empaque en una competición de este tipo, en líneas generales. Pero casos como el de Chelimo, mencionado en el párrafo anterior, equidistan situaciones. Los que vieron, sin embargo, movimientos sospechosos en alguna ocasión durante el Campeonato hacia el favorecimiento del combinado local, no nombraron en demasía que, precisamente, el perjudicado por la recalificación de Windle era… un británico (Elliot Giles, que fue cuarto).

En definitiva, cuando un aficionado acude a la llamada de un deporte cuyas normas ignora con el objetivo de satisfacer sus necesidades más elementales y pretende creer que su propia y primitiva lógica imperante ya le permite conocer y dominar de facto los entresijos del mismo, sin necesidad de ser un espectador siquiera habitual, la conclusión es muy nociva. El daño que se puede llegar a cometer, el atropello que destilan comportamientos tan feroces como bochornosos, la falta de respeto constante por desconocimiento y atrevimiento -mala combinación-, y la ignorancia garrafal de quien se guía únicamente por la pasión y desecha, aunque solo sea en ocasiones, la cordura, desembocan en actitudes que generan tal maremágnum que se roza, en muchísimos casos, la irresponsabilidad. Saber discernir y clarificar es tan importante, o más, que saber disfrutar.
Tampoco estaría de más que, quien se lía la manta a la cabeza para clamar por el caso descrito, propusiera soluciones al mismo que no mengüen la objetividad de este deporte. Es corriente la queja (y lícita, por supuesto). No lo es tanto la propuesta. Se desnivela, por tanto, la balanza.
O que se líe la misma manta para criticar decisiones a todas luces tan desacertadas y carentes de sentido como, por ejemplo, la eliminación del último intento para los concursos. O el establecimiento de unas mínimas tan exigentes para ciertas pruebas que rozan el paroxismo (y la ridiculez), mientras que en otras compiten atletas que jamás podrían clasificarse por méritos propios.

El atletismo es un deporte, reglamentariamente hablando, ecuánime, objetivo y justo. Y no me refiero a justicia divina, ni poética, ni deportiva per se. La injusticia de un atleta que firma una extraordinaria temporada y no puede rubricarla en tal o cual campeonato o competición por un mal día, una mala táctica o una mala decisión puntual nada tiene que ver con la justicia o injusticia de unas normas. Una cosa es que sea una faena inmensa. Una putada de enormes dimensiones. Pero nunca será una injusticia si las normas lo respaldan. Y así lo hacen.

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