Durante los últimos coletazos del verano de 1983 se habían disputado los primeros Campeonatos del Mundo de Atletismo. La ciudad de Helsinki asistía al comienzo del reinado internacional del que ha sido uno de los más grandes atletas que el ser humano haya conocido jamás. En los 100m, aquel joven muchacho de Alabama, el ‘Hijo del Viento’, Frederick Carlton Lewis, conocido ante las masas como Carl Lewis, conseguía su primera corona mundial de la velocidad. Su compatriota, el rapidísimo Calvin Smith, había arrebatado a Jim Hines el récord del mundo en julio, deteniendo el crono en unos asombrosos 9.93 (+1.4). Sin embargo, no pudo con Lewis en aquella lenta final. Smith se desquitaría en los 200m seis días después, ya sin la presencia de Lewis, centrado en el hectómetro, en el relevo corto (donde el ‘Team USA’ conseguiría el récord mundial) y en el salto de longitud (donde Lewis vencía con holgura). Tres pruebas, tres oros.
Los Juegos Olímpicos de 1980, en Moscú, supusieron una gran decepción para un joven Lewis, a tenor del tan famoso como farragoso boicot que los Estados Unidos lideraron, en contra de la presencia militar soviética en Afganistán, palpable consecuencia de un estado de perenne tensión que el planeta tuvo que soportar durante el desarrollo de la llamada Guerra Fría. Lewis había conseguido su clasificación en los ‘Trials’ para el salto de longitud, y comenzaba claramente, con apenas veinte años, a emerger además como extraordinario talento natural para la velocidad. La decepción se tornaba paliada en parte, cuando, tras el éxito de Helsinki, Lewis se convertía ya, por manifiestos méritos, en una de las principales estrellas del equipo de las barras y estrellas en los Juegos de Los Ángeles, cuatro años más tarde.
Preparando aquella temporada veraniega, se plasma aquí un hecho que se conserva en calidad de hito hasta en el que se plasman estas líneas, negro sobre blanco.
27 de enero de 1984. Plena temporada invernal. Y año de trascendental significado, por tratarse de año de Juegos Olímpicos. Para Lewis, especialmente relevante, dada su imposibilidad para participar en Moscú, y al hecho de que los Juegos se celebraban en casa. El invierno de 1983 había resultado extraordinariamente prolífico para Lewis en lo que a marcas en pista cubierta se refiere. Había saltado 8.45m, 8.47m y 8.54m en apenas un mes. Su mejor marca procedía, eso sí, de enero de 1982, con un prodigioso 8.56m en East Rutherford, que ya se había convertido en récord mundial. Sólo Lewis había conseguido (varias veces) colocarse por delante del 8.38m que Larry Myricks consiguiera en enero de 1980. Lewis ya era un extraordinario saltador al aire libre, con una mejor marca de 8.79m conseguida en julio de 1983, y que igualaría en pista cubierta menos de un año después, por la que muchos quisieron ver un desafío frontal al estratosférico récord de Beamon. Desafío, por cierto, que no logró culminar con éxito, y que siempre le generó un patente regusto de amargura. Obvio, por otra parte, tratándose de uno de los más talentosos saltadores que hayan existido nunca.
Viajando a aquel 27 de enero de 1984, los cimientos del atletismo se estremecían tras asistir a uno de los récords mundiales más antiguos que aún se conservan. De hecho, se trata de la plusmarca mundial masculina más veterana, considerando tanto la pista cubierta como el aire libre (valorando exclusivamente pruebas IAAF).
El prodigioso salto se producía en los llamados Millrose Games, celebrados por aquel entonces en el fastuoso Madison Square Garden de Nueva York, una competición anual bajo techo que solía aglutinar a auténticas estrellas del universo atlético. Grandes nombres, como los de Kip Keino, Steve Scott, Yelena Isinbáyeva, Noureddine Morceli o Bernard Lagat han sido a lo largo de los años protagonistas especiales y habituales de la competición.
Un espectacular vuelo de 8 metros y 79 centímetros, al que a día de hoy nadie ha conseguido acercarse. El propio Lewis era consciente nada más aterrizar de la dimensión de su salto, alzando los brazos al cielo, sabedor de que acababa de conseguir algo excepcional. Sólo el alemán Sebastian Bayer, en 2009, pudo acercarse ligeramente, con un magnífico 8.71m, que continúa como segunda mejor marca histórica. Y nadie parece capacitado en la actualidad, salvo que se produzca de forma súbita la aparición de un talento extraordinario, para siquiera rondar semejante marca. Uno de los registros más increíbles que se conservan.