Si hay un nombre que deba reafirmarse como arquetípico de gran dominador de una disciplina atlética tan complicada y completa como el 1.500m, ese es el que citaremos en el post de hoy. Y recordar una de sus más inmensas gestas aprovechando que, precisamente hoy, siete de julio, se cumplen 15 años de aquella monumental obra de arte, lo convierte en un homenaje quizá más hermoso, si cabe.
Aquel 7 de julio de 1999, la por entonces denominada Golden League, germen de la actual Diamond League, y continuadora de la primitiva Golden Four, celebraba su cita anual en el Estadio Olímpico de Roma. La llamada Golden Gala (hoy conocida como Golden Gala Pietro Mennea, en honor al brillante campeón olímpico y aún hoy plusmarquista continental de 200m), aspiraba aquel miércoles, festividad de San Fermín en año de doble Campeonato Mundial, a confirmarse como una de las grandes atracciones del universo atlético en temporada marcada por dos sendos eventos planetarios: Maebashi, en marzo, en pista cubierta, y Sevilla, en agosto, al aire libre.
Uno de los principales señuelos del evento, la posibilidad de ver caer un récord mundial que iba camino de cumplir seis años de vida. Una tarde de finales del ya distante verano de 1993, no muy lejos de allí, sobre el siempre mágico tartán de Rieti, el fabuloso argelino Noureddine Morceli había pulverizado en casi dos segundos el registro que Steve Cram consiguiera en Oslo en 1985, en el que fuera su verano de ensueño (el británico batiría la friolera de tres récords mundiales en el breve lapso de 19 días).
Ante la desorbitante ascensión de un imberbe talento también magrebí, los registros de Morceli corrían serio peligro. De hecho, ya durante el verano anterior, en 1998, la propia Golden Gala de Roma había asistido con copiosa impavidez a una preciosa gesta en forma de inolvidable 3:26.00. Hicham El Guerrouj, en año huérfano de grandes acontecimientos atléticos a nivel planetario, arrebataba a Morceli el récord de los 1.500m. El impresionante 3:27.37 que el argelino había conseguido en Niza en 1995 (desbancando a su propio 3:28.86 de Rieti, en 1992), se veía sepultado por la insultante maravilla que Hicham ejecutaba en el Olímpico. La calurosa tarde del 7 de julio de 1999 certificaría a El Guerrouj como uno de los más talentosos mediofondistas de la historia, con todo lo que aquello suponía.
En esta ocasión, el reto pasaba por derribar el récord de la milla, el 3:44.39 de Morceli en Rieti ’93. En búsqueda y captura de la ciclópea hazaña, y junto a la presencia del exuberante keniano Noah Ngeny, dos veteranas ‘liebres’ serían las encargadas de guiar a los contendientes hacia la posible gloria cronométrica. Robert Kibet inauguraba las hostilidades, y ya los primeros metros presagiaban una batalla de proporciones épicas. Visualmente, con las sensaciones de un 800m.
Pronto se forman dos grupos. Uno guiado por Kibet, con la otra ‘liebre’, William Tanui, a su espalda, y El Guerrouj y Ngeny siguiendo su estela a ritmo de récord del mundo. El otro, integrado por los mortales, entre los que se encontraban atletas de inmensa calidad, como Andrés Díaz, Laban Rotich o Rui Silva.
El primer cuarto de carrera (440 yardas, de las 1.760 que conforman la milla) se pasa en 55.07. Descomunal. Tras el magnífico trabajo de Kibet, el segundo paso intermedio, en 1:51.58 por las 880 yardas (poco más de 800 metros), indicaba la estabilidad del ritmo. Tomaba las riendas el campeón olímpico de las dos vueltas a la pista en Barcelona ’92, el también keniata William Tanui, justo en el momento en el que la carrera debía comenzar a condimentar con hechos la solvencia de su primera mitad. El paso por los 1.200 metros, a falta de poco más de una vuelta, y coincidiendo con la retirada de Tanui, fue 2:46.91. Una bellísima barbaridad. Con poco más de 400 metros por disputarse, El Guerrouj y Ngeny nos depararían uno de los más hermosos finales de los últimos años.
El Guerrouj enfilaba la contrarrecta con poco más de un par de metros de ventaja sobre Ngeny. Ese momento crucial de cada carrera en el que el marroquí siempre inundaba de forma súbita el tartán de sus majestuosos golpes de zancada, se producía de forma imperturbable. El jovencísimo Ngeny, de 20 años, con su correr típico, de cabeza erguida y grácil braceo, luchaba cada vez más contra los elementos para no sucumbir ante el gran reto presentado por su rival marroquí, de distinguida zancada y tenue pero bien identificable cabeceo final, como en él solía ser frecuente ante los últimos metros de tan majestuosos esfuerzos. La diferencia parecía acortarse de manera casi imperceptible al llegar al último doscientos. La aproximación al hectómetro final, mucho más ajustada que cualquier otro paso intermedio de carrera. Ngeny intentaba crearse espacio cercando la calle dos, con Hicham notando el aliento de uno de los más encarnizados contendientes que nunca tuviera en pista. 3:28.21 el paso por el 1.500m, con poco más de 109 metros por disputarse, ligeros dos segundos por encima de su récord mundial sobre la distancia del año anterior. Ya de por sí, sensacional registro para la distancia reina del mediofondo.
En los últimos estertores de aliento de Ngeny, con El Guerrouj estirando hacia el infinito cada paso, se logró certificar una plusmarca verdaderamente de otro planeta. Intentándolo con fiereza hasta el final, Ngeny lograba arrebatar el récord mundial a Morceli. 3:43.40 para Noah, en su primera derrota del año. La mala suerte quiso que sólo pudiera ser segundo en aquella estratosférica carrera. Un soberbio contrincante no permitiría la machada del bisoño keniano, que ya dispondría de sus momentos de gloria, tanto aquel mismo septiembre en Rieti, convirtiéndose en el hombre que más rápido haya corrido nunca un kilómetro (2:11.96, récord mundial aún vigente), como el año siguiente en los Juegos Olímpicos de Sídney, desgarrando el alma de un descompuesto El Guerrouj en los últimos metros con un apoteósico duelo final en el 1.500m.
La barbaridad de Ngeny quedaba, por tanto, lastrada por la entidad de la marca lograda por su adversario, que aún así tuvo mucho que agradecer a la fiera resistencia mostrada hasta casi el último metro por el keniano. Hicham El Guerrouj se apoderaba de una plusmarca que hoy ya es leyenda, con un registro de otro tiempo, 3:43.13. Sólo el propio El Guerrouj ha logrado después, por dos veces, derribar la barrera del 3:46. Nadie ha sido capaz siquiera de acercarse. La memoria de su tío, fallecido pocos días antes, se veía ampliamente honrada con el récord de Hicham, según sus propias palabras. Sus siguientes objetivos, durante aquel año, revalidar su título mundial de 1.500m en Sevilla, y apoderarse de la última plusmarca que le quedaba a Morceli, la de los 2.000m. Conseguiría los dos.
Ante tan magna gesta, cuyo decimoquinto aniversario se conmemora el día que se da forma a estas líneas, sólo queda una cosa por hacer: disfrutar de una auténtica carrera para el recuerdo.