El círculo se cierra. Las World Marathon Majors coronan a su campeón. Tras la demostración de poderío de Dennis Kimetto en Berlín, ese 2h02:57 de locura que lo sitúa al frente de la historia maratoniana en lo que a registros se refiere, se le escapaba entre los dedos el premio supremo de esta singular competición (500.000 dólares, ni más ni menos). Sólo había un hombre capaz de destronar al plusmarquista mundial. Quién sino. Una fuerza de la naturaleza, que encumbró en las empinadas rampas de Central Park su magnífico ‘affaire’ con los 42 kilómetros y 195 metros.
La semana se tornaba triste en la ruta, con el positivo anunciado de la flamante ganadora en Chicago de las WMM, la keniana Rita Jeptoo. La alarma resonaba con estrépito en todos los frentes, haciendo válida la súbita advertencia hacia la Federación Keniana hace escasas fechas: a la mayor, se debía, con urgencia, endurecer el sistema anti-dopaje. De lo contrario, sanciones implacables. Pocos días después, el mundo atlético se estremecía con el positivo por EPO de Jeptoo en un control fuera de competición en septiembre. Tanto su manager, Federico Rosa, como su entrenador, Claudio Berardelli, mostraban un halo de desconcierto y hermetismo a partes iguales, disfrazado todo ello de un siempre extraño puritanismo. Ambos, por cierto, con antecedentes en la materia. A falta de una segunda prueba, se tambalea la reputación de la que puede ser considerada una de las mejores maratonianas de los últimos tiempos. De confirmarse, otro espejismo más. Una nueva vergüenza para un deporte que no puede ni se merece una existencia permanente tras la sombra de la duda.
Y en ese clima enrarecido, llegaba Nueva York, como último ‘Major’ del año 2014. 50.000 almas atravesando la belleza cromática del otoño de la gran urbe. Y delante, una lista de salida élite abrumadora, con la consideración de que si Wilson Kipsang lograba la victoria, el título de la general quedaba en su poder. No le valía nada más que el primer puesto.
Con la nómina de contendientes, la carrera pasaba, generalizando, por dos posibles vicisitudes. En un circuito lento y muy duro, tradicionalmente sin ‘liebres’, y con unas condiciones atmosféricas adversas (frío y viento racheado lateral, en ocasiones cercano a los 60 km/h por lo anunciado), tres hombres, a priori, debían llegar al momento en el que el maratón reparte sus cartas con irrebatible ventaja. Wilson Kipsang, Geoffrey Mutai y Lelisa Desisa partían, de base, con casi irreverente distancia sobre el resto de competidores. A nivel táctico, por contra, especialmente dos atletas a tener muy en cuenta en carreras que se deciden al desdén: el local Meb Keflezighi, que demostró en Boston en abril su inmensa capacidad en la guerra de guerrillas; y el ugandés Stephen Kiprotich, no en vano campeón olímpico y mundial vigente, amén de su escandalosa capacidad final en duelos igualados. Ambos, con marcas muy alejadas, eso sí, del trío compuesto por Kipsang, Mutai y Desisa.
Si nadie se decidía a jalar con firmeza las riendas, el desenlace se convertía en una historia tremendamente aventurada. Y así ocurrió, aunque con resultado no excesivamente descabellado.
Un numerosísimo grupo de contendientes se organizaba de manera heterogénea hasta prácticamente el décimo punto kilométrico. Los españoles José Manuel Abascal y Santiago de la Fuente, invitados a participar, pero sin intención de finalizar la prueba, se tomaban la licencia de rodar a ritmos manejables, codo a codo con los monstruos de la ruta. El primer parcial, tras 5 kilómetros, ya dejaba entrever cómo podía desarrollarse todo. 15:58.
Enfilando el kilómetro 10, comienza a sobresalir la figura del intrépido. Meb Keflezighi toma el mando del grupo, y tuerce el gesto a circunspecto. Se gusta, mira, controla. Pero es inteligente. Simplemente, muestra de manera casi velada sus credenciales. No regala ni un gramo más de lo que sabe que debe entregar. Como si no fuera con ellos, Kipsang y Mutai permanecen a la espera. Muy usual la imagen de éste último, frecuentemente refugiado tras la inmensa silueta del desgarbado Kirui (no era el único).
Y especialmente pintoresca, la hechura del ex-recórdman mundial, 2h03:23 en Berlín ’13: con parciales de poco más de 3 minutos por kilómetro, la sensación que transmite es de ir extremadamente cómodo, insultantemente cómodo. Como si no fuera con él. Como si aún su cuerpo y su mente siguieran en el calentamiento. Los gorros y los manguitos comienzan a desaparecer. El frío martillea a primera hora de la mañana neoyorquina, y el asunto se pone serio con Meb al frente. Más, recordando su extraordinaria exhibición de Boston.
Al paso por el 15º kilómetro, el estadounidense Nick Arciniaga comandaba la carrera. 47:25, para una hipotética progresión de más de 2h10 en meta. Asumiendo la dureza del circuito, y las malas condiciones climáticas, se trataba, de llegar así a Central Park, del peor tiempo en ‘La Gran Manzana’ desde que el mexicano Germán Silva venciera en 1995 con 2h11:00. Otra época.
En el kilómetro 20, una figura diminuta, casi imperceptible de no ser por su oscilante braceo y su perenne expresión de perpetuo sufrimiento, decide salir en busca de su suerte, sin esperarla. Quién sino. El nipón Yuki Kawauchi. Tomando unos metros de ventaja sobre un grupo que continúa zozobrando en la constante vacilación, ‘Citizen Runner’ se descarna de complejos. La aventura se torna quijotesca. Y así se revela apenas dos kilómetros después, cuando Geoffrey Mutai no soporta ni la bravuconada ni la incertidumbre postrera, y en apenas segundos reduce a cenizas la ventaja de Kawauchi. El paso por la media maratón, 1h06:55, indicativo sobremanera de la lentitud del pobladísimo grupo.
No iba a pasar mucho tiempo para que el otro japonés de la bandada, Masato Imai (2h09:30), buscara la posible aventura definitiva. Si a Kawauchi (ya descolgado a más de 20 segundos tras la infructuosa intentona) no le funcionaba, a Imai le iba a ocurrir exactamente lo mismo. Metros antes de llegar a la imperceptible barrera del trigésimo kilómetro, Lusapho April, tranquilamente escoltado por Kipsang, daba caza al fugado. No era día para sorpresas. No quita la situación para que las imágenes de fervientes y azarosos actores secundarios tiñan de colorido y de emociones distintas este peculiar tipo de maratón, sin ‘liebres’, sin ritmos predeterminados.
Keflezighi daba muestras de falta de fluidez en ciertos momentos, Kiprotich aparecía en primera fila para volver a su escondrijo en cuanto el ritmo se endurecía mínimamente, y con Kipyego desaparecido hacía unos minutos, y los etíopes Gebremariam y Desisa esperando acontecimientos, era el sudafricano April, sorprendente tercero el pasado año, el que se situaba en cabeza, con su más que correcta, ahorrativa y práctica zancada. Eficiencia al servicio del asfalto.
En la vigésima milla, ya son sólo diez los atletas que componen el grupo, incluyendo a todos los favoritos, excepto Kipyego (Kipsang, Mutai, Desisa, Gebremariam, Keflezighi, Cheruiyot Kirui, Kiprotich, April, Imai y Kogo). El ritmo de paso, en 1h41:49, seguía empeñado en dificultar el asalto a las 2 horas y 10 minutos. Mientras, el disparate habitual, casi cómico, de cada avituallamiento: patinazos, lapsus, frenazos fulminantes, miradas de lástima y pavor hacia las botellas perdidas… Un show difícilmente evitable casi en cada maratón de estas dimensiones. El más listo de la clase se adelantaba previamente, sabedor de la locura venidera. Keflezighi da muestras obvias en cada competición con estos gestos, tanto de su brava inteligencia en carrera, como de su inmensa experiencia.
Llegando al kilómetro 35, el grupo literalmente se desarma, siendo cuatro los atletas que sobreviven a la cacería: dos kenianos (Kipsang y Mutai), y dos etíopes (Desisa y Gebremariam). Y apenas dos kilómetros después, el cuarteto se convierte en dúo. Kipsang y Desisa apuran el duelo. Mano a mano. En pocas decenas de metros, se van a ver llegando juntos y en solitario a Central Park. Tal es el cambio, que poco antes del kilómetro 40 ya son 21 los segundos que pierde Gebremariam, y medio minuto lo que ha cedido Mutai.
Y a partir de aquí, la exhibición. Nada más y nada menos que puro espectáculo. Esto es Nueva York.
Kipsang se enroca. Cambia de marcha e introduce, noble y distinguido, los comandos de su desmesurada zancada. El gesto de Desisa evidencia dolor y sufrimiento. Pero con un admirable y bello estoicismo, el abisinio, como puede, continúa galopando. Tiene claro que, de regalar un metro, habrá perdido la batalla. Y tras un codo de derechas, la extraña pareja se introduce en la melancólica belleza de Central Park. Codo a codo. Titánico y taciturno de una sola vez.
En un último aliento, al borde del colapso atlético tras más de 40 kilómetros galopando por los indoblegables toboganes de Nueva York, Lelisa Desisa, endiabladamente rápido en los finales, busca la par de su acompañante. En un gesto insólito, desplegando el brazo izquierdo hacia el cuerpo de Kipsang, a su rebufo, Desisa destapa la caja de los truenos (pincha el enlace anterior para verlo). Sin llegar a codazo, el aspaviento no resulta grato. Ni siquiera para el espectador. Y Kipsang lo aprecia. No le gusta en absoluto. Se gira hacia su compañero de escapada y parece mascullar una ininteligible reprimenda. No pudo existir un desprecio tan sublime como la bofetada que el kenyano asestó al subcampeón mundial en Moscú con un cambio de ritmo tan bello como salvaje. En apenas diez segundos, se resolvía la jugada. Destilando suficiencia. Puro espectáculo, de nuevo.
Del kilómetro 35 al 40, el parcial más rápido de la carrera, 14:31. Los últimos 2.195 metros de Kipsang, en 6:11. Y prácticamente en su totalidad, cuesta arriba. Aún más rápido en total que su gloriosa cabalgada de Berlín ’13 (14:36 y 6:11).
Y lamiendo las dos horas y once minutos (2h10:59), Wilson Kipsang lo volvía a hacer. Con su victoria, se convertía en el primer hombre capaz de vencer en Berlín, en Londres y en Nueva York. Nadie lo ha conseguido jamás. Se agotan los calificativos ante un atleta de una fuerza y de una calidad exorbitantes. Y sobre todas las cosas, que desprende la monstruosa sensación de que, encontrándose en plenas capacidades atléticas, hoy por hoy es invencible.
A siete segundos (2h11:06), un Lelisa Desisa cariacontecido no consiguió derrocar a la bestia. Lo intentó con todo su vigor. Lo miró cara a cara. Valiente, enrabietado, demasiado al límite, y finalmente casi fuera de la legalidad. Reprochado por Kipsang (que apenas lo miró y no lo saludó tras entrar en meta), el etíope continúa sumando interesantes resultados.
En el tercer escalón del podio, un meritorio Gebregziabher Gebremariam. Elegancia pura para un atleta que nos había malacostumbrado a su clase, y que, desaparecido del panorama, quiso retornar al paraíso maratoniano en uno de los mejores escenarios posibles. 2h12:13. Fantástico contemplar su distinción de nuevo.
Cuarto, bajo el clamor de un público que lo adora, Meb Keflezighi. 2h13:17. Poco más que decir sobre un maratoniano admirable.
La cruz, al igual que en Londres, fue representada por un Geoffrey Mutai que, pese a sutiles ramalazos destelleantes de infinita calidad, no vive, ni de cerca, su mejor momento. Ya lo vimos sufrir en Londres, y hoy ha vuelto a verse su cara menos buena. 2h13:43, más que tímido e insuficiente sexto puesto, para el doble ganador de este ‘Major’. Un hombre que no baja de 2h08 desde hace más de dos años.
Como conclusión a este otoño maratoniano, no podemos dejar de destacar a tres figuras obviamente gigantescas en este universo tan complejo que es el maratón masculino. El primero en asestar un impactante golpe de mano era Dennis Kimetto, allá por el final de septiembre, en la presteza de Berlín. Sencillamente extraordinario. Poco más se puede añadir que no se haya dicho ya sobre un nuevo y más que confirmado contendiente para el mundo asfaltero, y que aunque no sea tal, ya ha estampado fehacientemente su impronta en la historia.
A mediados de octubre, el soberbio Eliud Kipchoge vencía de manera impoluta en Chicago. Una de las trayectorias maratonianas más solventes y brillantes de los últimos tiempos. Y en ese mismo escenario, un Kenenisa Bekele que despertaba por doquier decepciones, de nuevo por encima de 2h05. No dudamos de su mastodóntica capacidad. La adaptación a la ruta no es sencilla. Sin caer en la tentación de valorarlo como decepcionante, esperaremos su evolución. Su hoja de servicios bien merece un voto de confianza. Veremos su 2015.
De momento, el nombre es, de nuevo, el mismo. Puro espectáculo.
Llegó, vio y venció. El gran Wilson Kipsang.